10 dic 2011

Lleva la muñeca ceñida por distintos brazaletes. <<¡Vas a la moda!>>, le saludo. Su padre interpreta los gestos de Ángel. <<A él no le atraen las pulseras>>. Y me narra una historia refrendada por las sonrisas del chaval: le sometieron a una durísima intervención para rehacerle la espalda, pues sus vértebras se habían convertido en piezas de Lego que un golpe de mano hubiese derribado. En el hospital sus amigos le trenzaron el brazo, convencidos de que cuado mirara esos brazaletes rezaría por cada uno de ellos.

Ángel nació con parálisis cerebral. Los médicos dijeron que no había nada que hacer, pues ni siquiera podían asegurar los daños que guardaba su cabecita. Pero sus padres no se rindieron, a pesar de que no podía moverse ni emitir sonido, y con el paso de los años descubrieron que reconocía los signos de las letras y el significado de su unión en sílabas que forman palabras. Ángel ha sido capaz de superar los cursos escolares a pesar de su silencio, de su inmovilidad, de la dificultad de expresarse con un teclado.
Endereza lo que está torcido. Martín, su compañero de pupitre, lo refrenda. Él era un repetidor vocacional, un caso más del estudiante desmotivado, hasta que le sentaron junto a aquel chico que lo mira todo y sonríe, porque a pesar de los pesares siente la vida como un premio. La cercanía alimentó el interés de Martín por el mundo de Ángel. Comenzó a cuidarle, a ayudarle también en sus estudios, y se hizo posible el milagro de que vaya a comenzar, junto con su amigo paralizado, la carrera de Derecho.

Aunque le han abierto la espalda como a un pescado, para fileteársela con piezas de titanio y huesos modelados en quirófano, Ángel le saca al día hasta la última viruta. No le importan los veinticinco días de hospital. Ni siquiera esa semana que estuvo más cerca de la muerte que de la vida: en cuanto le irguieron en la cama, empezó a estudiar.

Quisiera sonreír como Ángel, pero no lo consigo, empapar mi alrededor con una alegría contagiosa como la suya, y me quedo en el intento. Por eso, qué bueno conocerte, héroe en silla de ruedas.
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