30 ene 2019

Siempre me he preguntado por el destino de los detritos humanos, pero me considero un tipo elegante que no hace interrogatorios indiscretos sobre asuntos que arrugan la nariz, entre los que destacan nuestras funciones más… digamos… eh… animales. Lo cierto es que el hombre es un generador imparable de porquería y que buena parte de los problemas de salud del mundo se deben —me lo contaba una misionera que lleva más de sesenta años en la India— a la falta de retretes. Lo que comemos lo transformamos, y en esa transformación juegan un papel fundamental toda clase de bacterias que descomponen aquello de lo que ya no se pueden sacar más beneficios corporales. El problema, por tanto, radica en esa manifestación incontrolada de seres diminutos y vengativos, responsables de epidemias que afectan a millones de personas, como con sobrecogimiento he comprobado en algunos lugares de África, América y Asia, donde el cumplimiento con las necesidades íntimas brilla, precisamente, por su falta de intimidad en esas barriadas miserables donde hasta cumplir con la Naturaleza tiene un precio impuesto por los criminales. 


En Chiclana cuentan con magníficas depuradoras, como en la mayoría de las localidades de España, a las que llegan todo aquello que a los chiclaneros les sobra. Pero tirar de la cadena ha cobrado en la villa costera un significado distinto. Aunque suene ordinario —y lo es—, cagar allí tiene premio, pues un proyecto de ingeniería ha conseguido procesar los desechos mediante unas algas que transforman, en un repugnante proceso de fermentación, la m… en gas metano que, una vez purificado (es un decir), se convierte en combustible para los vehículos. El coste del litro de gas, lo advierto, puede hundir a los países de la OPEP a ritmo de bulería. 

Dicen que con un depósito de ese gas se puede viajar de Cádiz a Valencia por unos ocho euros, sin necesidad de repostar. Y no es que la caca chiclanera tenga unas propiedades distintas a la del resto de la humanidad, lo que hace de la visita diaria al excusado un servicio al medio ambiente en vez de en un problema ambiental. ¡Olé por los chiclaneros!

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