Dicen que el matrimonio está en crisis. Dicen que los jóvenes ya no quieren casarse. Dicen que han triunfado formas más libres de convivencia que no ponen el riesgo la posibilidad de un fracaso. Dicen que el divorcio exprés ha pasado por la institución familiar como un tornado y que los casados desgajan el armazón de sus promesas con apenas un trámite con el que se hace realidad el “si te he visto no me acuerdo”.
Los que dicen y dicen tantas banalidades acerca del matrimonio desconocen la esencia misma del amor, que no es una mera probatura, un vamos a ver qué tal, un si no funciona aquí santas pascuas. El matrimonio poco tiene que ver con esas relaciones de todo a cien fabricadas en molde y en las que uno juega al amor como pudiera haberse puesto a jugar a las chapas. El matrimonio es algo muy serio. Muy bonito y muy serio, que ambos términos se complementan bien y trazan el dibujo de la institución primigenia de la sociedad humana: un hombre y una mujer que se quieren y porque se quieren deciden formar entre ellos una unidad sin condiciones. Repito, sin condiciones, de tal forma que puedan sobrellevar con alegría los sinsabores de una larga vida en común. Pero también los momentos felices, los proyectos y la formación de nuevas vidas.