5 dic 2008

Por estas fechas, en los países de tradición anglosajona se vive la costumbre de representar –o pasar por televisión- la transformación del avaro Mr. Scrooge en un anciano que se entrega a la emoción generosa de dar todo lo que tiene a quienes no pueden disfrutar de las fiestas navideñas. El talento de Charles Dickens sobrecoge en cada una de las estrofas (así las llama él) con las que divide su novela corta, capítulos en los que diferentes fantasmas hacen ver al frío negociante que las riquezas nada valen si no van acompañadas por el calor del corazón. Porque Mr. Scrooge tenía el corazón helado como el viento húmedo que sacudía las callejas de su ciudad en los últimos días de diciembre. <<¡Paparruchas!>>, escupía con desprecio cada vez que su buen sobrino le recordaba la llegada de la Navidad como un tiempo de esperanza y candor. Él estaba a lo suyo: a contar y volver a contar los réditos de su próspero negocio mientras los mendigos soñaban entre sus andrajos con un pedazo de carbón para calentar la Nochebuena.Esta Navidad del 2008será distinta a las pasadas, no tengo dudas. A pesar de que los cristianos celebramos otra vez el que juzgamos acontecimiento cenital de la Historia, a pesar de que las calles han vuelto a engalanarse con luces de colores y los escaparates presentan esa cara amable, el viento que aúlla por las esquinas y los cruces de caminos se llama crisis o, lo que es lo mismo, merma en los ahorros, desempleo, falta de esperanza, miedo al futuro, suspensión de pagos, concurso de acreedores, calcetín vacío… Estas son las bolas de cristal que adornan el abeto del salón, y tienen un color entre gris y verdoso que parece no corresponder al rojo vivo de las fiestas, al reencuentro familiar que esta vez se hace más difícil porque no hay dinero para el billete de avión, de tren, para el depósito de la gasolina.

A pesar de todo, la Literatura sigue siendo un reflejo de la universalidad del hombre. Lo escribo convencido de que la “Canción de Navidad” sucede en cada ciudad y pueblo del planeta, que en todos ellos vive un mister Scrooge que suma el caudal de sus monedas con el brillo enfermizo de la avaricia en sus ojos, ajeno a que afuera la fiesta no es tan alegre como en años pasados. <<¡Paparruchas!>>, gritará indignado. <<Que se hubiesen preocupado en ahorrar, como yo, en vez de entregarse a la jarana y la molicie>>.

Como los fantasmas no existen, tal vez esté en nuestras manos sacudir a los tacaños que nos rodean. Deberemos explicarles el espíritu de la Navidad, que este año, más que nunca, se concentra en compartir. Y habrá que decirles que no se trata tanto de compartir sus ganancias –que también- sino su interés y su tiempo. Porque la crisis nos duele, y con razón, ahora que las arañas tejen sus sedas en nuestros arcones vacíos, por más que ésta se hubiese instalado hace tiempo en nuestra sociedad, con otro rostro más perverso y menos identificable. Me refiero a la soledad, auténtica lepra del mundo contemporáneo. Hay muchos domicilios en los que, por desgracia, no suena nunca el timbre amable de un teléfono, muchos hogares que jamás reciben una visita, muchos hombres y mujeres que viven solos, que mueren solos. Ojalá acompañemos a Mr. Scrooge en muchas visitas desinteresadas a aquellos que no tienen a quien pagar unos euros a cambio de una plácida conversación. El espíritu de la Navidad habrá triunfado, entonces, sobre las malas noticias que cada día nos sirve la economía.
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