21 dic 2018

Sufro porque no consigo encontrar un rato libre para escribir unos cuantos tarjetones en los que felicitar la Navidad. De hecho, me encantaría saber qué industria del birlibirloque utilizan algunos de mis amigos (tan o más ocupados que yo) para haber depositado en Correos, puntualmente, su taquito de christmas. Supongo que el secreto está en la planificación, arte del que los artistas carecemos. Quizá no todos. Yo sí, porque empiezo el día con un guion y suelo acabarlo sin haber cumplido más de la mitad de sus pautas.


Esto de los tarjetones tiene su historia. De niño me detenía a contemplar aquellos dibujos de Ferrándiz, de trazo infantilón y setentero, en el que detrás de sus personajes regordetes y rubios (el tono del cabello debe esconder un mensaje subliminal, pues el color oxigenado se asocia a los buenos y a los guapos, casi siempre adornados con ojos de un azul de cala mallorquina) alguien escribía palabras de paz, felicidad y, por qué no, vinculadas a los sucesos de Belén, clave de estas semanas. Incluso traían rebordes de purpurina que se nos pegaba en los dedos, y algunos estaban troquelados, jugando con la tridimensionalidad. Las tarjetas que reproducían obras maestras de la pintura sacra me gustaban menos. Mejor dicho, me fueron conquistando poco a poco, hasta entender que son una buenísima oportunidad para familiarizarse con los lienzos que recogen una interpretación sobrehumana de los mismos sucesos de Belén. Más adelante llegaron los paisajes invernales, Papa Noel, un muñeco de nieve, unos niños patinando sobre un lago congelado… por los que siempre he sentido desdén, ya que no es nuestra Navidad. 

Me viene a la memoria una familia que nos felicitaba las fiestas y nos deseaba lo mejor para el nuevo año con una fotografía veraniega de sus niños. La práctica se convirtió en costumbre, y hoy no son pocos (incluido nuestros Reyes, que en esta ocasión han elegido los lagos de Covadonga) los que aprovechan el tiempo de la zambomba y el turrón para incluir una instantánea de álbum familiar, ajena por completo a lo que festejamos. 

En breve nos llegarán —si no lo han hecho ya— tarjetones con mascotas, quizá un perro o un gato con gorrito rojo de banda y pompón blanco, quizá un escarabajo pelotero empujando una bola de cristal azul. Cosas de estos tiempos inanes.

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