29 ene 2003

El cristianismo es una religión de luces y no de sombras, a pesar de los pesares. Aunque existe el castigo, que Cristo revela y confirma a lo largo de los evangelios, la promesa de la salvación es más poderosa que el miedo. El cristiano no se escapa de la debilidad del espíritu, de la fugacidad del tiempo, de los malos envites de la vida, de la carcoma de la muerte, pero los contempla sin pesimismo. Sabe que son pasos irremediables, pero no definitivos. Por ese motivo, un cristiano pesimista es una caricatura, alguien que no se ha enterado, un borrón. No quiero decir que los cristianos vivan en la irrealidad, en la utopía de una promesa, dejándose pisotear por los hombres y el destino. Muy al contrario: nadie es más dueño de su futuro que el que sabe que su batalla está ganada, aunque en el presente pinten nubes negras.

Todo esto viene a cuento de los que algunos llaman la actual situación de la Iglesia, esa suma de primeras páginas en las que sale escaldada la institución bimilenaria y sus pastores. Desde hace meses llueve escándalo tras escándalo. Bajo la sospecha de pederastia, parece que se ha desfigurado la cara beatífica de la cruz y que todo hombre vestido de negro es sospechoso de una lista interminable de pecados.

Que los curas cometen errores, nadie lo pone en duda, porque con el orden sacerdotal no reciben sabiduría infusa ni una voluntad a prueba de tentaciones. La fe es algo intangible, al igual que la gracia, esencia de la religión. Por ese motivo, en la Iglesia, como en cualquier otra organización de masas, es inevitable encontrar a culpables de crímenes execrables, incluso en las más altas esferas, como en la democracia, esa religión de lo civil de la que todo el mundo se apropia, donde las perfidias abominables se suman a diario.No obstante, me sorprende la pasión que ponen muchos medios a la hora de denunciar los abusos sexuales de clérigos como el arzobispo de Sidney. De un plumazo acaban con su honra y su presunción de inocencia. Sin embargo, cuando meses después una investigación eclesial y otra privada demuestran que tal acusación era la calumnia de un delincuente común que, con toda probabilidad, había aceptado un soborno, no le dedican ni dos líneas para desmentirlo.

El periodismo ha de tender a la verdad y sus investigaciones deben ser objetivas. Estos días ha salido a la calle a bombo y platillo un libro firmado por un prestigioso investigador sobre temas eclesiales. Pretende denunciar la trama de los Legionarios de Cristo, un importante movimiento religioso del postconcilio. Con el apoyo de algún medio que ha reproducido sus páginas más calientes, el investigador se regodea en unas gravísimas acusaciones contra el fundador del movimiento. Aprovechándose de las comillas, de pretendidos testigos y de los recurrentes dimes y diretes de las bambalinas vaticanas, afirma que el sacerdote ha practicado la sodomía. Basta una reflexión cabal para darse cuenta de que un clérigo que cuando muera dejará la estela de miles sacerdotes en un México laicista y en una Europa descreída, no sería capaz de entusiasmar con su mensaje a todos esos jóvenes ilustrados que lo han dejado todo para ingresar en unos seminarios de rígida disciplina, si sobre sus espaldas pesara la culpa de un crimen tan grave. Además, el pretendido abusador alienta el fervor por este Papa al que los famosos investigadores tachan de conservador por confirmar la moral sexual de siempre.

El optimismo, que es una virtud cristiana que provoca una alegría estable, anima a la Iglesia a reconocer y solicitar perdón por sus errores a la vez que contempla el futuro con esperanza. Sin duda duelen mucho esos pastores que aprovecharon su autoridad para dañar la vida de los más débiles, y sobre ellos debe caer todo el peso de la justicia civil y eclesiástica. Respecto a los obispos y sacerdotes inocentes, practicarán la máxima de ver, oír y callar. Ni el arzobispo de Sidney se querellará contra todos los medios del mundo que se han regodeado en sus supuestos abusos y ahora desprecian su inocencia, ni el padre Marcial perderá el tiempo en más desmentidos. Con espíritu algo cansado, seguirán caminando.
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