23 mar 2007

Creo en los ángeles, lo que no significa, ni por asomo, que participe de ninguna pseudo teología new age, en la que los espíritus tienen consistencia de pastaflora. Los ángeles, con su jerarquía, sus cohortes, su bondad extrema, su servicio a la misión salvífica y su gloria continuada a la Trinidad y a María no sólo forman parte de la piedad infantil -me acompaña desde niño la oración al ángel de la guarda- sino que juegan un papel decisivo en el misterioso movimiento de la Historia. Por supuesto, no tienen nada que ver con el alma de quienes ya han muerto, ya que son espíritus distintos al hombre, ni puede identificárseles con las estrellas, por mucho que esa imagen cursi consuele a quienes tienen una fe mal instruida.

El Catecismo nos recuerda que Dios nos asigna a un ángel guardián desde el momento mismo de nuestra concepción, un espíritu puro que hará lo posible para que avancemos en nuestro camino al cielo, pero sin violentar nuestra libertad. De chico me aconsejaron que me esforzara por mantener un trato fluido con el ángel de la guarda, al que hace años puse nombre propio y al que siento compañero de mis alegrías y desvelos. Y cuando nació el primero de nuestros hijos, mi mujer y un servidor saludamos a su ángel guardián, convencidos de que iba a ser un buenísimo aliado para la crianza del pequeño y el robustecimiento de su fe. Y así hemos hecho con cada uno de los niños que han venido a alegrar nuestro hogar.Estoy persuadido de que las familias, además, contamos con un ángel de añadidura que cuida de todos nosotros, al igual que los sacerdotes disfrutan de un arcángel ministerial o los enfermos y moribundos de la protección de algunos espíritus cuyo encargo no es otro que estimular el abrazo definitivo con Jesús.

Muchos cristianos tienen por costumbre saludar a los ángeles de la gente a la que conocen o a la que tratan, muy especialmente a los de aquellos que quieren. Es bonito hacer este ejercicio de infancia espiritual. Además, es inteligente contar con la amistad de quienes tienen un contacto directo y constante con Dios. Y necesario.
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