23 mar 2007

Los críticos taurinos participaron en esa balsa que supuso la Generación del 27 para la gloria de nuestras letras. Hacían de sus gacetillas de las corridas por la piel de toro auténticas piezas de museo, eternizando los titulares hasta convertirlos en imaginario colectivo, como aquel <<Es de Ronda y se llama Cayetano>> con el que Corrochano bendijo el debut del Niño de la Palma en la Monumental madrileña para gloria de su hijo, el magno Antonio Ordóñez, y alimento de sus biznietos, sobre todo del que carga su mismo nombre, curtido entre sacudidas de flashes y el deseo de vivir en el anonimato. Rozando la treintena ha decidido probar suerte con el arte en el que fue concebido por la gracia de Dios y de un padre, Paquirri, que fue martillo y yunque del toreo, y una madre en la que desembocaban los ríos de sangre de dos de las más importantes dinastías de caireles y naturales.

Tiene el nuevo Cayetano la estampa de un Narciso de arena y cal, la claridad en los ojos del mar de Barbate, el cabello oscuro del quinto de raza calé que recorre sus venas y la leyenda de sus mayores, trazada de gloria y muerte, palma de bulería y sinsentido. Pero a Cayetano le falta aún un escritor que cante sus glorias. Papa Hemingway hizo legendarios a su abuelo y bisabuelo apenas sin saber de toros. Pero en estos tiempos no quedan Hemingwais en los océanos esmeralda del Caribe y a lo sumo que puede aspirar este matador que aún lo tiene todo por decir, es a un Quintero en franco declive que se responde a sí mismo todas las preguntas dirigidas a sus invitados y después, rozando la madrugada, a un documental de bellísima factura sobre los últimos pasos de un novillero envuelto en halagos que aún no se ha atrevido a surcar el patio de cuadrillas de las Ventas.En este mágico juego de la vida y la muerte entre los puñales del minotauro, ni la apostura ni el pasado de leyenda que otros fraguaron son garantía de continuidad. Por eso Cayetano, el nuevo Cayetano, tan solo es una célebre promesa que puede volver del revés los redondeles o regresar a su pretendido anonimato bajo el peso del fracaso ante la sombra de su mayores, que fueron gigantes.
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