19 mar 2010

Vittorio Messori se hizo mundialmente conocido porque logró entrevistar a Juan Pablo II en un extenso libro que se convirtió, por derecho propio, en uno de los títulos más vendidos en los años noventa. No se trataba de una entrevista usual, y no sólo por la categoría del protagonista sino porque el Papa contestó a Messori por escrito, dando razones muy profundas a la incisiva curiosidad del escritor turinés sobre la existencia de Dios y las razones para creer en la divinidad de un hombre llamado Jesucristo. Son las razones que han seguido golpeando el afán apologético de la obra literaria de Messori. No en vano, antes de cristiano fue intelectual (recibió la gracia de la conversión durante su último año de estudios universitarios), un joven racionalista según los parámetros de una Europa entregada a la fatuidad del Sesentayocho, hijo de un matrimonio descreído y hasta mordaz con la “catolicidad a la italiana”.En la cima de su carrera, Messori se ha decidido a dar explicaciones sobre su propia fe, centrándose en aquel misterio que le sacudió en su juventud atea y que hizo que su corazón cruzara de la noche a la luz del sol, en cuestión de horas. “Por qué creo” (LibrosLibres) tiene vocación de convertirse en “Las Confesiones” del siglo XXI, por más que don Vittorio reconozca lo mucho que aún le falta para alcanzar la santidad que adorna a Agustín de Hipona. Messori ofrece un completo tratado de la fe inteligente, aquella que si bien acepta el don del carbonero, estimula un análisis detallado de lo que hizo y dijo Aquel que se proclamó Hijo de Dios. Sin ambages, el turinés se enfrenta hasta el último recoveco de la fe y así se muestra: inquieto, incisivo y buscador hasta que logra destripar el misterio cristiano hasta las últimas consecuencias, ese vértice desde el que solo es posible lanzarse al vacío o encogerse de hombros y recular con paso triste. Messori no se adorna: es mordaz y hasta un poco antipático, sin duda toda una garantía frente a quienes desearían que los católicos fuesen un grupúsculo de mesiánicos con sabor a azúcar.
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