14 may 2011

Los candidatos van y vienen en bicicleta, dispuestos a convencernos de que apenas utilizan los coches oficiales. Sueltan besos a destajo por los mercados, interesándose por el precio del pollo y del pan, como si patearan a diario los lineales del DIA. Prometen un carril bici por aquí. Prometen la reducción de intermediarios entre el agricultor y el ama de casa por allá. Prometen un Valhala como el boticario garantiza la eficacia de un crecepelo. Son políticos y están en campaña, dispuestos a cualquier cosa con tal de no verse en la amarga tesitura de telefonear a los suyos para comunicarles que ha llegado la hora de cerrar el chiringuito después de una vida jugando a prebostes. Por eso sacan en andas al cuerno de la abundancia, como si fuesen cascos azules que regalan víveres por las aldeas del hambre y no representantes de unos ciudadanos que necesitan, más que nunca, unos administradores que se dediquen justamente a eso: a administrar lo que es de todos sin necesidad de recordarnos a cada hora lo buenos que son y lo malo que es el contrario.

La educación aparece siempre entre las promesas de cada campaña. Pero no la calidad del conocimiento o el baremo del esfuerzo, sino lo que reviste al muñeco: aulas con más ordenadores que alumnos y el inglés.Somos dueños de la segunda lengua más hablada del planeta y la despreciamos. No es que nuestros niños no deban hablar inglés como manejan su lengua materna (por mí, que aprendan urdu y mandarín), sino que apenas conocen los resortes básicos del español, apasionante en su riqueza léxica, en su sintaxis y gramática, vehículo con el que se expandió la civilización y la fe por medio mundo y que emplearon los reyes, santos y villanos que han cincelado la Historia.

Me llama la atención la obsesión por este falso bilingüismo que poco tiene que ver con el correcto empleo de las leyes que rigen los dos idiomas (¡y dale con el inglés!). Los jóvenes han reducido su capacidad de expresión a lo anecdótico, de tal forma que su comunicación verbal y escrita es una suma de generalidades y coletillas en SMS que no resisten el análisis formal de un antiguo estudiante de EGB. Imprecisiones, incorrecciones, coletillas y reducciones son reflejo de la limitación de su imaginario y de la calidad de sus nuevos maestros: futbolistas y vicetiples de programas de televisión. Y en inglés, claro, más de lo mismo: zarandajas con las que no logran comprender que la palabra tiene un origen divino.
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