26 nov 2011

Somos gregarios por naturaleza, como las ovejas. Desde niños nos dejamos atrapar por la pandilla, los amigos, que nos otorgan esa voz propia que se consolida con los años. Y en las pandillas, claro, hay un jefe. A veces se impone de hecho, por su simpatía, su destreza con el balón o la fama de sus puños, que ya sabemos la popularidad que otorga la fuerza bruta antes de que se acrisole el carácter.

De adultos, decidimos quién debe mandar. En los últimos ocho años no ha habido líder ni tampoco pandilla, por más que algunos jerifaltes de ministerio hayan jugado a golfos apandadores -por malos y torpes, como aquel grupo perruno que desea sisar la fortuna de Tío Gilito-. En la cúspide de la banda un invitado al que nadie esperaba, de ceja picuda y discurso tan cursi como dañino. El eco de las bombas de Atocha aturdió a la sociedad: le cedimos el cetro como le hubiésemos podido dar una barra de pan. E incluso le renovamos la confianza, cuatro años después, a pesar de la fractura y la caída libre hacia la ruina.Como en la escalofriante novela “El Señor de las Moscas” (en la que William Holding rompe el idilio del hombre racionalista con el buen salvaje), Zapatero se descubrió aupado por unos náufragos infantes que necesitaban seguridad. Él era Ralph, capaz de embaucarles con el “poder de la caracola” para, mediante pérfidos discursos, corrompernos en una orgía de provocaciones. Hoy aceptamos de buen grado el travestismo de los terroristas en corderitos Norit.

Por eso me conmocionó el primer discurso de Rajoy apenas se resolvieron las pasadas elecciones. La necesidad nos ha obligado a regresar a la cordura para pasar el cetro –o la barra de pan- a las manos del enigmático gallego. Al igual que el gordito Piggy, sus primeras palabras como ganador mostraron conciencia, prudencia y buen tino.

Dios quiera que, a pesar de que a ZP le aguarda un retiro vergonzante y a Rubalcaba se le han acabado todos los guiños mefistofélicos, don Mariano no acabe como el antihéroe de Holding, aplastado por la venganza de quienes se creen dueños de la ínsula.
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