Bastaba mirarle la cara
Mirársela despacio, de arriba
abajo, hasta caerse de la silla.
Porque el niño era feo como
un susto; pero feo hasta decir
basta, que un niño así de feo
podía ser cualquier cosa menos flamenco, que de
imaginarlo pinturero hasta entraba la risa. Menos
flamenco y menos torero, que para vestir canutillos y alamares de lentejuelas uno tiene que tener
porte y garbo, parecer un pincel, un angelote mismo de Murillo, lucir una carita como para ilustrar
las cajas de lujo de los mantecados, como el mismo niño de la señá Grabiela, ese sí que sí, el más
pequeño de todos, Joselito le dicen, ozú, con su
caracolillo en la frente y todo, que cada vez que
sale a jugar al toro, la calle es un revuelo de ...Seguir leyendo en pdf