16 nov 2013


Una de las consecuencias de la globalización es la responsabilidad de unos pueblos frente a otros. De aquellos que tenemos ante los que no tienen, que son mayoría, pues nuestro planeta achatado en los polos forma un dibujo bastante curioso: aunque en el hemisferio Sur vive la mayor parte de la población, los recursos (cultura, educación, economía, prosperidad…) los tenemos un puñadito de países del Norte entregados al suicidio demográfico.
Nuestros abuelos (bisabuelos, en el caso de los lectores más jóvenes) se pasaron más de la mitad de la vida sin saber qué sucedía más allá de su región, de su capital de provincia, de las fronteras que limitaban con Francia, Portugal o alguno de los mares que nos circundan. Quedarnos sin las últimas migajas del imperio de ultramar fue cerrar las puertas hacia lo ulterior (Filipinas, Cuba, Puerto Rico, Marruecos). A partir de entonces comenzó la autarquía cultural, el desinterés por lo que sucedía más allá de nuestro ombligo patrio.


Salvo cuando uno se entrega a la cerrazón del nacionalismo provinciano, resulta imposible vivir al margen de las necesidades de este mundo en el que nunca se pone el sol. Filipinas no solo es aquel archipiélago en donde el tagalo aún utiliza algunas palabras de nuestro diccionario, sino las islas de las que vienen tantas personas con el propósito de labrarse un futuro digno en esta vieja Europa. Y cuando Filipinas (o cualquier otro país del globo)sufre los delirios de la Naturaleza, sentimos su drama como algo propio, y nos conmovemos con sus muertos, con sus niños que deambulan por el desastre como fantasmas, con aquellas personas que lo han perdido todo: familia, amigos y bienes.
Con la crisis, la ayuda oficial para el desarrollo casi ha desaparecido. Nadie recuerda aquel utópico 0,7% del PIB por el que cientos de personas acamparon por las arterias de casi todas las grandes ciudades españolas. Nadie se acuerda de las asociaciones, fundaciones y movimientos sociales que hace pocos años presentaban informes y memorias con numerosos proyectos de desarrollo en los países pobres. Son especies en extinción. Sin embargo las necesidades continúan, incluso se agravan, y sólo tragedias como las que provocan los tifones enloquecidos nos pellizcan el corazón y el bolsillo.
Esta semana he conocido a Celine Tendobi, ginecóloga congoleña que realizó su práctica médica en varios hospitales privados deEspaña, hasta alcanzar una categoría profesional con la que hoy podría codearse con los más reconocidos doctores de su especialidad, europeos o norteamericanos. Sin embargo, decidió responder con consecuencia a la razón vocacional por la que estudió la carrera de Medicina, y regresó al Congo, donde no hay laureles públicos ni salario asegurado para los hombres y mujeres del estetoscopio.
Celine es uno de los corazones que hacen latir Monkole, un hospital del extrarradio de Kinshasa en el que doctores y enfermeras africanas de primerísimo nivel sirven a una cohorte casi infinita de enfermos. Y si Monkole sobrevive en un lugar tan hostil (guerras, guerrillas, secuestros, ladrones,corrupción…) es gracias a las aportaciones del proyecto Harambee (www.harambee.es), una iniciativa mundial que, mediante numerosas aportaciones -de euro en euro, de dólar en dólar- ha reducido sobremanera la mortalidad de aquellos arrabales, muy especialmente entre las mujeres y los niños, a quienes atiende Celine.
Me contó la última de sus aventuras: gracias a unos grupos electrógenos –fuera de Kinshasa no hay electricidad- puede llevar su ecógrafo allí donde las mujeres gestantes no pueden trasladarse hasta Monkole. Hace unos días arribó a un poblado en el que una mujer a tiempo de alumbrar se debatía entre la vida y la muerte. A toda prisa Celine le hizo una ecografía, la primera en todo el embarazo, para descubrir que traía gemelos y que uno de ellos se había colocado mal, impidiendo el paso por el canal del parto. Sin Celine no hubiese estado allí, si Monkole no existiera, si los benefactores de Harambee no colaborasen con sus pequeñas aportaciones, esa joven hubiese fallecido a las pocas horas junto a sus bebés, que ni siquiera habrían visto la luz.
Una de las consecuencias de la globalización, tal vez la más sobrecogedora, es que las víctimas del tifón asiático no están solas, que tú y yo estamos junto a ellos: junto a la madre que amamanta a esas dos criaturas,junto a Celine Tendobi, en un esperanzador harambee, palabra swahili que significa “todos juntos”.


Leer más:  Harambee, todos juntos  http://www.teinteresa.es/mundo/Harambee-juntos_0_1030697804.html#WaQ1aDpPCDHKKNR9
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