25 sept 2014

La psiquiatría es una rama de la ciencia médica con enormes lagunas. Tal vez porque el cerebro sea el órgano del hombre más parecido al alma: los deseos y las ideas –buenas o malas- no se ven por un microscopio. Tampoco las neuronas y sus conexiones chispeantes nos anuncian qué porcentaje de bondad transita por la masa gris.
A fin de cuentas, cada hombre es un mundo. Un universo incluso, con sus constelaciones y sus hormigueros –Naturaleza remota y Naturaleza próxima-. Pero un Universo que cambia por las experiencias,  por los actos y omisiones que libremente decidimos.
¡Qué difícil emitir un juicio sobre cualquier persona! Más sencillo resulta enjuiciar sus actos, porque de tipologías del comportamiento están los manuales llenos. La violación de una niña tiene su definición académica, al igual que el rapto o el uso de la autoridad para conseguir vomitivas satisfacciones. Y sobre esos comportamientos tipificados debe aplicarse la justicia togada según refieren nuestro Código penal y la jurisprudencia, abusivamente a favor del criminal.
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Otra cosa es el juicio moral: ¿qué experiencias, qué depravaciones, qué cortacircuitos encefálicos se suman en la cabeza de un pederasta?... ¿Fueron, a su vez, víctimas de traumas insuperables?... ¿Alguien les tronzó la vida, ahogándoles la posibilidad de ser buenas personas o, por el contrario, decidieron -sin condicionantes de ninguna clase- dar rienda suelta a la ferocidad de sus barbaries?...
Deseo, en este análisis, partir de la infancia, el paraíso perdido en el que la vida era una fiesta con pequeñas muescas (el frío, el calor, el acostarse pronto, el madrugón, los primeros días del colegio, la muerte de la abuela, el castigo sin televisión, ese juguete prometido que nunca se hizo realidad…). Sé que no todo el mundo se reconoce en este esbozo simplón, y puede que ahí esté el quiz del asunto. Porque de un niño herido brota un adulto desengañado, roto, fracasado. Uno de esos adultos que destruye allí por donde pasa, con mayor o menor conciencia, con efectos más o menos graves.
Los padres olvidamos que los hijos son un don, un regalo inmerecido al que hay que atender con tanto mimo como si entre las manos llevásemos una porcelana de Limoges. No es cuestión de blanduras sino de seguridad. Los niños tienen que vivir seguros, amparados en el cariño y la autoridad, en la risa y el orden, en el juego y las pequeñas obligaciones. Los niños tienen que vivir siempre bajo el amparo de la inocencia, lejos, muy lejos de las procacidades que pintan nuestro día a día de un color incompatible con el de sus disparatados dibujos.
Se repiten, como los calabrotes de una cadena, las detenciones de pedófilos que filman y fotografían salvajadas cometidas en pequeños, que las comercializan y comparten. La sociedad pide que sobre ellos caiga todo el peso de la Ley, que paguen sus fechorías sin nombre. Y yo me sumo, pero que nadie olvide a sus víctimas, flores recién abiertas a la vida que han sido trituradas en el más execrable de los pasatiempos.
¿Qué les deparará el futuro a esos pequeños baqueteados por lo peor de la condición humana? Al pensarlo me entran ganas de llorar… Su infancia se ha poblado de monstruos, de enemigos, de sospechosos y de recuerdos atroces, de heridas que supuran y supuran sin que nadie acierte a limpiarlas.
¡Qué difícil emitir un juicio sobre cualquier persona! Pues, quién sabe lo que nos conduce al heroísmo. Y qué a la villanía o a la belleza de una vida plena. Qué a la ponzoña... Tantas veces lo que nos conducen son  los acontecimientos de la primera edad. Sus luces y oscuridades. Puede que en otros casos a una juventud sin límites, un amigo nocivo, una ausencia familiar. ¿Quién tiene la respuesta?
Nuestra sociedad vive de espaldas a los débiles. Una vez pasado el fragor de los titulares, las niñas de Ciudad Lineal seguirán observando con temor las esquinas de las calles, a quién se esconde detrás de los árboles, a la gente mayor que se asoma al festival infantil de un parque, mientras prosigue la lluvia de noticias acerca de una nueva redada en la que la policía -¡bendita sea!- ha detenido a un número ingente de abusadores. Pero los niños, ¿qué será de los niños?...
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