25 ene 2016

Me encanta el circo, desde niño. Con seis años estaba decidido a convertirme en payaso, pero el gran Miliki me lo quitó de la cabeza en su camerino. Lo he contado en otras ocasiones: echó por tierra mi sueño infantil de abandonar el colegio junto a la troupe de equilibristas, domadores, malabares y toda clase de animales maravillosos, para levantar las carpas por los pueblos y ciudades de España. Yo me hubiese ofrecido, como aprendiz de augusto, a limpiar las jaulas de las fieras, corazón del espectáculo, porque sin fieras, sin caballos, sin elefantes, sin dromedarios, monos, perritos sabios… el circo no es circo. No es el circo en el que yo quería enrolarme.

Han venido los políticos vomitados por la LOGSE a decirnos que están prohibidas las jaulas, los establos improvisados, los cargamentos de paja y alfalfa. Han venido los alcaldes cainitas a firmar leyes municipales que prohíben los circos, en el absurdo de que no hay diferencia entre un ser humano y una boa, pues para ellos ambos son dignos de los mismos derechos y, por tanto, a la boa no le queda otro destino que la prisión de un zoo o la inyección letal. Nada de mostrar la destreza del hombre frente al tigre. Nada de aplausos ante el arriesgado número, nada de chiribitas en los ojos de niños y adultos admirados por la actuación.


Prohibir, prohibir y prohibir es un instrumento muy eficaz para adocenar al pueblo, esta vez con el bienestar de las bestias como excusa. Prohibido el circo con animales. Prohibidos los toros. Dentro de poco, prohibidos los canarios y periquitos de las abuelas. Prohibidos los terrarios para reptiles. Prohibidos los hámsteres. Prohibidas las palanganas para los diminutos galápagos. Y los grillos encerrados para darle música a las noches de verano. Prohibido que los niños pisen los hormigueros. Prohibido matar una mosca. Prohibido envenenar a la carcoma…

Nos gusta que los políticos –servidores para la gestión de lo público- piensen y decidan por nosotros. Que metan sus narices ideológicas en asuntos ajenos a su competencia. Nos encanta que nos prohíban y hagan de su gilipolleces esqueleto de nuestros principios.


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