8 feb 2016

Los norteamericanos se adueñaron del cine, uno de los más sorprendentes inventos europeos, para convertirlo en una industria de influencia y mucho, mucho dinero. A nosotros nos dejaron la comedia local y, sobre todo, la pretensión de las películas aburridas y la cultura de esas obras maestras que, sin embargo, apenas calan en una sociedad que, por muy europea que sea, prefiere las grandes producciones selladas al otro lado del océano, empachadas de efectos especiales, que ahora llevan el apellido de lo digital.

Hace cuatro años John Malkovich sentenció la muerte del negocio. Había viajado a Pekín para asistir al estreno de una de sus películas, una cinta que había costado una cascada de millones y que prometía, sin duda, una generosísima recaudación por todo el planeta. Apenas llegó al hotel, con los ojos legañosos después del largo vuelo, el botones que le subió el equipaje le felicitó por ciertas escenas. El actor no salía de su asombro: <<pero, ¿cómo conoce usted esos detalles?>>. Entonces el ordenanza amarillo se metió la mano en el interior de la chaquetilla para sacar tres copias pirata. <<Si los delincuentes logran distribuir nuestro trabajo antes de su proyección en las salas>>, concluyó Malkovich, <<¿quién se arriesgará a poner un dólar en hacer una película>>.


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El oráculo del intérprete de Illinois aún no se ha cumplido. Al menos, no del todo, pues la lluvia semanal de estrenos sigue siendo copiosa, a pesar del brevísimo recorrido de la mayoría de los títulos, especialmente los europeos y, muy especialmente –no me juzguen mal-, los españoles, este cine patrio que tanto jalea el sector alrededor de la entrega de los premios Goya, sin tener en cuenta que la mayoría de los espectadores que acuden a las salas no muestran interés alguno en calibrar los juicios de la Academia, porque les trae al pario el elenco de nominaciones, incluso el podio de los ganadores, ya que no están dispuestos a gastar su dinero en una producción cañí. Una pena, ya que nuestro cine, cuando está bien hecho, le da sopa con hondas al manufacturado en Hollywood.
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