Sin embargo, nada más lejos de la realidad: entre la sucesión
de ceros-unos y servidor, se extiende un universo de fatalidades. De mi
ignorancia ni siquiera me salva la suerte del principiante, ese azar que
hubiese evitado que mis trabajos se hundieran en negro, víctimas de un
encefalograma plano que anuncia, de golpe y porrazo, que me he metido en un jardín
sin salida.
Seguir leyendo en Woman Essentia.
Después de tantos años, de tantas novelas, de
tantísimos artículos paridos mediante el frenético “click-clack” sobre las teclas
de plástico con las que ahora trazo estas líneas, el día que el cursor guiña
ante mis ojos como una burla, sin permitirme una sola operación, no hay
destreza ni intuición que me salve. Desde dentro, de allí donde están atadas
mis entrañas, brota un lamento fatal: <<¡ay, que no he guardado los documentos!>>.
La reiteración de mis desgracias electrónicas no ha
logrado que aprenda de una vez por todas: qué de malos ratos hubiera evitado de
ser hombre prevenido. Pero prevención no casa con arte, por más que el mío sea
un arte pequeño, el de un junta letras que pretende, con denuedo, comunicarse
con el mundo a través de mis personajes o de lo poco que cabe en una columna
como ésta.
No en vano, cargo sobre la espalda y la conciencia la
última de mis irresponsabilidades digitales: el teléfono que se me escapa de las
manos, que da tres, cinco, siete vueltas en el aire antes de golpearse con la
acera, un instante que se confunde con una palabrota que voy a tener el gusto
de ahorrarles, pues se van al garete todos mis contactos telefónicos. Esa
pantalla quebrada fue metáfora del aislamiento, porque en estas calendas ya no
tenemos agendas de papel en las que guardar nombres, apellidos y teléfonos en
orden alfabético.
Debería haber archivado una copia en un servidor. Es
gratis. Basta con una sencillísima gestión… No me lo recuerden porque lo sé y
no se imaginan hasta qué punto me arrepiento de tamaña irresponsabilidad, ahora
que me he convertido en un mendigo de números de teléfono. Pero, qué le vamos a
hacer, mi cabeza suele estar en otras cosas, buscando asuntos con los que
completar mis artículos, discurriendo el modo más certero de finalizar el capítulo
de mi última novela, como el iluso que sale a la calle decidido a cazar nubes.
Ojalá todo se hubiera quedado en la pantalla oscura
del móvil. Pero no hay dos sin tres, ni uva a la que no acompañe racimo… Sin tiempo para recuperarme de la fatalidad, antes
de que se apagaran mis prolongados ayes, aquella misma tarde no presté atención
a la advertencia en rojo, marcada por todo tipo de signos de exclamación, que
me pedía que no accionara el botón derecho del ratón de mi ordenador. Fue un
acto reflejo, la confirmación de que no he nacido para el manejo de estos
aparatos, apenas una micra de segundo en la que la inocencia floreada en la que
vivo se quebró, llevándose con un “click” las más de mil direcciones de correo
electrónico que puntualmente reciben el resumen de mis actividades literarias,
además de mis mensajes particulares cuando ha lugar.
Ahora que por fin acepto que no cabe solución, que se
ha roto definitivamente el hilo que me unía con aquella bolsa cuajada de
arrobas, finalizo este artículo, el primero que escribo para Woman Essentia, en
donde soy un escritor principiante que espera –después de esta confesión a
camisa quitada- recibir de ustedes el cariño que merecen los torpes de buen
corazón.
0 comentarios:
Publicar un comentario