26 sept 2016

Los noticieros de la televisión son una salpicadura de sangre. No hablo del líquido de la vida que se escapa a borbotones de los muertos en las guerras de Medio Oriente, tampoco de la que se endurece, aterida, en las profundidades del Mediterráneo, ya que la de unos y otros no tiene nombre: es sangre sin registro, filiación, esquela ni misas gregorianas. Me refiero a la que nos sirven en bandeja de plata, siempre en su punto, calentita y todo, sangre con apellidos, la de un crimen, la de un secuestro que finaliza en crimen, la de una pasión mal llevada que desemboca en crimen. Crimen, crimen y crimen todos los días, en todas las ediciones.

No digo que no haya que informar de una desaparición que se prolonga en el tiempo, de un presunto asesino, de un asesino con todas las de la ley que no termina de confesar en dónde ha escondido el cuerpo de su víctima, a la que la familia –desgraciado- no puede dar santo entierro para concluir el luto perenne. Infórmese, como conjugaba aquel presidente que se paseaba por Caracas para señalar con el dedo las empresas que quería fuesen suyas (por desgracia, la actualidad de un país también se escribe con la pluma negra de los cuervos), pero analizando los porqués más que regodeándonos en los cómos.

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Si extendemos un mapa de la piel de toro, podremos colocar chinchetas escarlata en casi todos los puntos que marcan la situación de un pueblo o una ciudad. Madrid, por ejemplo, aquella capital del millón de muertos según el verso de Dámaso Alonso, que parecía escribir asomado a la deprimente puerta de forja de la necrópolis de la Almudena, océano de tumbas, nichos y panteones, es también ciudad del hampa, no tanto por las bandas de matones, que las hay, sino por el reguero de carne picada. Y como en Madrid, la España del litoral, la de la Meseta y las cadenas montañosas que estudiamos de críos, es rica en sucesos.

Los cursis dirán que hay nombres que <<forman parte del imaginario colectivo>> al enumerar, como si fueran filones, el listado de las víctimas preferidas por la televisión. A mí se me ocurren unos cuantos, y eso que paso de puntillas (cambio de canal) cuando empieza la ristra de delitos con su correspondiente muerto o desaparecido, con especial rapidez si hablan de niños, cuya sangre, ¡Dios mío!, escuece al contacto con los ojos.


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