Los adalides de la
cultura de la muerte manejan las estadísticas con la soltura de una actriz del
destape. Ahora, desde Bélgica y Holanda, proponen facilitar la eutanasia a todo
aquel que esté desencantado de vivir, empezando por los ancianos. Una inyección,
la confusión al entrar en un sueño balanceado por música new age y al crematorio, que al fondo hay sitio. Según ellos, en
Occidente hay un 28% de personas mayores a las que no les apetece abrir los
ojos cuando suena el despertador. Lo de menos son los motivos (la soledad, la
depresión, los dolores, las ausencias…), porque su intención va más allá de una
aparente piedad; la peor de las ideologías materialistas les anima a pegar un
empujón a quien se les ponga por delante, para lanzarlo por los toboganes que acaban
en los cementerios.
Primero reclamaron
la eutanasia para las víctimas de dramas corporales sin solución, como comas de
los que no se aguarda un despertar. La presión a los familiares que -agotados
de vivir junto a la cama del paciente- entraron por el aro de la duda, les
facilitó contar con testimonios que generaban empatía con la sociedad. Después
recurrieron a aquellos hombres y mujeres que regían su inteligencia sin que el
cuerpo les respondiese. Estos reclamaban a viva voz que alguien les lanzara al
abismo. Más tarde consiguieron que los diputados de sus parlamentos autorizaran
los sueros letales para los niños que sufrían parecidas condiciones y ahora,
por fin, les toca el turno a los desencantados.
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Lo peor de los
directores del suicidio ajeno, es que en su obsesión no contemplan otra
posibilidad que no sea la caja de pino. Por eso pasan de puntillas sobre los
motivos que causan en una persona el deseo de morir. Por encima de cualquier
patología que quepa ser resuelta (bien con acompañamiento médico, casi siempre
con cariño), está la imposición de la sentencia fatal, como si el cadáver fuese
un premio.
No me olvido del
secuestro emocional al que sometieron a Ramón Sampedro, la triste víctima de
los promotores en España del suicidio asistido. Sé de primera mano que muchos
trataron de acercarse a él con el propósito de darle aliento para que no tirara
la toalla. Sin embargo, siempre se encontraron con las puertas cerradas. Del
otro lado, sujetando el pomo, los de las estadísticas de la desilusión. A este
paso, nos resuelven en un pis-pas el problema de las pensiones.
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