2 ene 2017

El universo gira alrededor de los teléfonos móviles. En nuestro mundo y en el de al lado, que es el de los pobres. Lo he visto en el corazón de África; se dan por bien empleados los días y las noches de estómago vacío si por recompensa se consigue un teléfono móvil. Esto último los pobres honrados, que los otros están dispuestos a robar y matar con tal de sentir en el bolsillo la leve presión del aparato de marras. Allí, como aquí, observar la pantalla es un rasgo de estúpido poderío del que sólo se libran los niños. Me refiero a los niños pobres, que los nuestros bien se solazan en los infinitos reclamos que asaltan sus otrora inocentes ojos.

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2016 acaba de pasar a la historia con su caza virtual de pokémones. Y son millones las familias que han festejado las campanadas con la representación de un mundo de seres congelados. Nadie sabe el motivo de esta nueva manera de hacer teatro, una representación de sombras inmóviles en tres dimensiones, una disposición original de maniquíes con alma que se filman por un lado y otro —«no parpadees, por favor. El abuelo… que alguien le abra el oxígeno para que deje de toser»—, y después se ofrece a los demás como quien regala una fotografía, un tarjetón de bodas o de agradecimiento por la compañía durante el óbito, aunque sin cuidar la identidad de los destinatarios porque hoy todo lo interpretamos para la galería, como si viviésemos expuestos tras los cristales de un gran almacén. «Qué divertidos los López… ¿has visto su mannequin challenge?». Y enero continúa, a la búsqueda de otra originalidad que se pueda enviar por wifi.

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