Una jerónima, en pleno mes de junio, entró en el salón envuelta en su sayal
de lana basta y espesa, con la cabeza y el cuello ceñidos por el casquete de
algodón impoluto sobre el que le caía el velo negro. Les aseguró a sus
familiares que el calor se hace más calor en cuanto se piensa en él, otra
manera de reconocer la elegancia con la que llevaba su penitencia, ligada a ese
modo de vestir fuera de época que durante el invierno no parece suficiente para
taparse de los fríos del convento, que durante el verano parece excesiva para
los más de cuarenta grados que golpean esta España en la que las suelas de las
alpargatas se quedan pegadas al asfalto. Sin embargo, la jerónima no parecía
abatida por aquel sofoco, los suyos venga a golpearse con el abanico,
derrengados en los sillones, con gesto de comenzar a morirse de deshidratación.
Seguir leyendo en El Correo de Andalucía.
A fe que la buena religiosa tenía más razón que un santo: ante las
inclemencias atmosféricas no hay nada tan inteligente como ponerse de lado. ¿Que
hace un calor que hasta los pájaros caen desmayados de los árboles? Pues claro,
amigo, que estamos a mediados de junio... ¿No pretenderá que en estas calendas
sople el cierzo y caiga una tormenta de nieve? Eso sí que sería excepcional y
motivo justificado para apañar una tertulia. Pero el calor, este calor que
derrite el metal no es distinto al de otros años por estas fechas. Además, si
ahora hablamos a todas horas del bochorno, en invierno hacemos lo propio con el
frío. El frío de noviembre, de febrero… pero qué frío, la que está cayendo, ni
que estuviésemos en el Polo, si hasta han cortado las carreteras… Y qué quiere
usted, ¿qué en diciembre arree el sol como si estuviésemos en vísperas de San
Juan? Eso preguntaba la jerónima, sin que en su rostro brillase una sola gota
de sudor.
0 comentarios:
Publicar un comentario