3 jun 2018

Escribo a finales del mes de mayo. Mayo de 2018, cincuenta años después de aquella “revolución” de corte romántico en la que en el barrio Latino de París hubo una sucesión de tormentas de adoquines lanzadas por los jóvenes universitarios y por los obreros —extraña unión— contra un sistema más que contra un gobierno. Yo nací dos años después de aquella “revolución” avivada por pensadores neomarxistas y hedonistas que no se atrevieron a mostrar a sus discípulos lo que ocurría detrás del Telón de Acero ni las consecuencias del desorden sexual. Ellos sabían que en la grisura de los países sometidos por la bota soviética, se penaban con cárceles invisibles y paredones de niebla las lluvias de adoquines, la canción protesta y cualquier otra manifestación contra el pensamiento único y helador del ojo que todo lo veía desde Mordor. Digo, desde Moscú.

No soy historiador ni sociólogo. Aún así contemplo aquella “revolución” parisina con cierto desapego, pues sus protagonistas fueron los mismos que hoy, desde la comodidad de una vida resuelta y nada revolucionaria, han construido los pilares de la decadencia europea. No fue, por tanto, la cacareada “revolución del amor” sino la pataleta de los eslóganes, un sarampión que se convirtió en leyenda y después en mentira. Contribuyeron, quién lo duda, al diseño de un mundo nuevo: liberaron al hombre y la mujer de toda responsabilidad a cambio de hacer en todo momento lo que les diera la gana. Por otra parte, el coqueteo con el marxismo fue tan irresponsable que condujo al descrédito de la universidad pública, un ágora devastada por la política, empeñada en confundir a los alumnos al mezclar ciencia e ideología radical. Los docentes pusieron por delante el activismo a la transmisión de conocimientos, desvirtuando la verdad.

Al revisar el Mayo del 68 desde la distancia de diez lustros, no puedo pasar por alto la proclama sexual que cambió por completo las relaciones afectivas entre los jóvenes, hasta convertirlas en meros intercambios placenteros. A pesar de todas las referencias que sus protagonistas hicieron al amor, la reescritura de la sexualidad trastocó el más noble ideal del ser humano: para descubrirlo, para disfrutarlo, ya no se hizo necesaria la complicidad de dos almas gemelas, ni el compromiso de fidelidad, ni un proyecto en común ni, mucho menos, la formación de una familia. La química había logrado la imposibilidad de concebir en el seno de la mujer una nueva vida. En ese ejercicio del sexo “libre”, el hijo pasó de ser invitado ausente al enemigo a evitar. Por eso, cuando tal invitado aparece de forma imprevista, se recurre al aborto, pagado por una sociedad que asume la irresponsabilidad de sus jóvenes, que  trae los ecos de aquella Sodoma, de aquella Gomorra bíblica en las que sus habitantes no conocían límites en la perversión. A fin de cuentas, en la Historia no caben las mojigaterías: todo, absolutamente todo, lleva milenios inventado.

El individualismo feroz de esta segunda década del siglo XXI, la soledad de tantas personas sin vínculos de familia, la impasibilidad ante el dolor ajeno, el recurso masivo al divorcio, la infantilización de los adultos, el diseño de un mundo antinatalista, el desierto demográfico, la universalización de la pornografía, la humanización de las mascotas, el aislamiento causado por las redes sociales, el feminismo agresivo, la aceptación de leyes anti-natura, la dictadura de las teorías de género… son consecuencia de aquella “revolución” de las clases pudientes, como si el sueño del burgués bien alimentado no fuese otro que un buen vivir que le empuja al precipicio de la nada.

Pero no todo fue negativo. Mayo del 68 también nos enseñó a ejercer todos los resortes de nuestra libertad frente a las imposiciones de los estados. Igual que aquellos jóvenes no se sentían representados por el gobierno de De Gaulle, hoy somos multitud los que nos rebelamos ante la dictadura del pensamiento blando, eje del nuevo orden mundial. Defender la vida, amparar a la familia, trabajar por los desfavorecidos, ejercer la libertad religiosa, apostar por la libre educación de los hijos, renovar las eternas premisas del matrimonio… son principios que nos ayudan a caminar contracorriente hacia la más bella de las revoluciones.



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