5 dic 1997


Los artistas que se ganan la vida encima de un escenario reconocen que su mejor recompensa ante los esfuerzos que exige una profesión creativa, son los aplausos. Los toreros retirados añoran el sonido de las palmas, los autógrafos firmados en el callejón y las miradas de admiración de niños y grandes. Los bailarines viejos no recuerdan los días de entrenamiento -un, dos, tres..., un dos tres..., siempre la misma cantilena-, sino las noches de gloria por los teatros del mundo. Sinatra echará de menos los suspiros rendidos de los clubs en los que actuaba a un riñón por entrada, más que los fajos de dólares con los que podía seguir un ritmo frenético de vida. ¿Y los escritores...? ¿Qué echaremos de menos el día que se nos agoten las palabras...?, ¿una edición nueva de nuestros relatos...?, ¿conferencias aquí y allá...?, ¿los derechos de autor o el pago de las colaboraciones en diarios y revistas...? Echaré de menos tus cartas, seas quién seas.

Las cartas de los lectores y lectoras de estos artículos son el aplauso, los suspiros, la gloria, los autógrafos y el clamor para quien firma. Me llegan, una semana unas, otras semanas otras, desde todos los rincones y siempre cargadas de una intimidad sobrecogedora entre quien sólo es una fotografía en las páginas del TELVA y los ojos -vivaces o reposados- de quien le lee. Una foto que dialoga cada mes con aquellos que tienen un rato para curiosear mis mensajes. Retrato que presenta un poco de buen humor, un guiño para ti, que a lo mejor has sacado unos minutos de sosiego después de un día más batallando con los niños; para ti que escribes para comentarme que estás un poco sola; para ti, que desde que te has enamorado estás convencida de que merece la pena vivir por alguien; o para ti -de quien más me acuerdo- que estás enferma, que has perdido al compañero de tu vida, que no ves la forma de aprobar tus estudios, o que vives melancólica sin saber por qué.
A veces me detengo a pensar en las miles de personas que esperan que llegue mediados de mes para encontrarse con los reportajes de la revista y pasar un buen rato con las cosas de Nieves, de Covadonga, de Olaizola, de la Cambra, de Florinda y hasta del Aranguren que firma esta página. Además, me han comentado que TELVA tiene una gran rotación, que los números se pasan de madres a hijas, entre amigas, de vecina a vecina y hasta hay quien se lo lleva de la sala de espera del médico y de la peluquería. A este fenómeno hay que llamarle vida. Sí, TELVA es una revista con vida, donde escribimos auténticos apasionados de vivir, deseosos de compartir con vosotras el gustazo de que llegue cada nuevo día con un montón de cosas por hacer y el gustazo de acabar rendido sobre la cama con la lista de todo lo pendiente para mañana.

Me conmueven las cartas que me envían desde la redacción, porque todas son amables. Unas, escuetas, dan ánimo para continuar con nuevos artículos. Otras, un poco más extensas, confiesan que descubrieron de casualidad mi página y que hubo algo, un chispazo, que les conectó con el mensaje. Recuerdo que cuando me propusieron esta colaboración mensual, tenía cierta inquietud, ya que nunca había escrito en exclusiva para el público femenino, y porque las otras revistas del ámbito de la moda y la mujer creen en una juventud algo pasada de rosca, muy diferente a mis afanes, a mi novia, a mis amigos, a la forma en que entiendo la vida. Ahora, después de un montón de artículos, puedo confesar a tumba abierta que necesito tanto el desahogo de mi columna mensual que me sentiría un poco perdido lejos de todos ustedes.

Desde esta ventana pública quiero contestar a quienes se toman la molestia de ponerme unas letras: el camino del escritor es tan estrecho que sólo cabe uno mismo. Nadie nos dice qué es lo que debemos hacer, qué temática hay que elegir para conquistar al público en la siguiente colaboración o novela, por lo que vuestras cartas son la gloria del torero, del bailarín y del mismísimo Sinatra.

Creo en el peso de la letra impresa, en la fuerza de las cartas, y siempre he escrito para animar o desaprobar cualquier actuación pública (Mercedes Milá recibió mis primeras misivas a favor de la vida cuando aireaba la necesidad del aborto libre en sus programas de televisión, y quedamos como buenos amigos epistolares). De vez en cuando reviso las respuestas a mis cartas y me emociona la firma temblorosa de Don Juan, el viejo rey, unas semanas antes de morir, o el papel de cuaderno pobre en el que contesta la Madre Teresa de Calcuta, y hasta la letra amable de nuestro Príncipe. Escriban, escriban, porque un saco repleto de cartas tiene el empuje de mil gargantas. Y si alguna vez se sienten defraudados por mi pluma, o sonríen con estos artículos, me encontrarán aguardando sus cartas.
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