29 abr 1999

He oído tantas veces hablar de la crisis del cine español que paso de página cuando llego a la sección de cultura y las noticias sólo hablan de la salud económica de una industria que durante la primera veintena de la democracia ha estado en las mismas manos -directores, productores y actores-, sometida a la más terrible de las dictaduras: la cultural. El destape fue una imposición, lo mismo que las cintas sobre la Guerra Civil donde los republicanos representaban un manido papel de mártires de altar, al igual que los títulos de drama carcelero o de aire quincallero. No sé si las cosas han cambiado mucho, porque desde que Antonio Resines se afeitó el bigote las pantallas y los dineros de nuestro país los acapara un personaje gordo y zafio, capaz de convertir una comedia sudorosa -Torrente, Torrente...- en la película más taquillera de nuestra historia; magias de una promoción singular.

Por ese motivo, frente a la ventanilla del multicine son mayoría los que optan por la magia made in USA; temen que su dinero (ir al cine comienza a ser caro) se malgaste en una historia de poca calidad, soez o aburrida. Pese a todo, los del Ministerio y los de la Academia tiran los sombreros al aire cada año cuando hacen cuentas de los duros generados por nuestro celuloide, a pesar de que sean nada comparándolos con los que se llevan las productoras extranjeras, y de que esa nimia cantidad esté repartida sólo entre tres o cuatro títulos.

Ahora que Almodóvar copa las vallas publicitarias con el nuevo experimento de su pastelosa (por los colores que emplea), personal e irregular filmografía, y que los programas de televisión se rinden a sus pies como si cada uno de sus aspavientos fuesen una obra de arte; ahora que el director manchego congrega al público que raras veces participa de la proyección de un título español, y les deja boquiabiertos y hasta con el estómago revuelto con su rebuscado guión de mujeres raras y travestidos, rompo una lanza por la opera prima de un director sevillano que sin el apoyo de la promoción ni del consabido elenco de actores y actrices de prestigio (esos que parecen rodar las películas de tres en tres, ya que es raro el film hispano en el que no participan), ha rodado una de las historias más conmovedoras que he presenciado en muchos años. Se llama Benito Zambrano y es el padre -director y guionista- de "Solas", que nada tiene que envidiar al barroquismo decimonónico de "El abuelo", ni a la emoción contenida de "Secretos del corazón". Lo de Zambrano es un estallido de emociones sin tamizar (no hay una infancia para colar los posos del desgarro de una relación familiar conflictiva, ni un vocabulario galdosiano que decore los hechos, sino vida a raudales, con lo amargo y lo dulce, con lo horrible y lo bello, sin esconder nada).

En la sordidez de una historia cotidiana, Zambrano nos descubre a dos seres extraordinarios, navegantes ambos de la soledad en el jaleo de una gran ciudad: un jubilado que agradece a Dios cada día nuevo en el que amanece, y una madre -mujer mayor también- que no se queja aunque la vida que le ha tocado es todo menos venturosa. Ella sólo vive para servir a los suyos, a pesar de contar con el desamor de un marido que la desprecia y de unos hijos que se han marchado muy lejos de la casa familiar, huyendo de la infancia atormentada a la que ese mal padre les abocó.
El drama de Zambrano transcurre en la otra Sevilla, que ya no es la ciudad que pellizca por la luz y por la alegría de sus gentes, sino el fragor deshecho de sus arrabales, donde el machismo se revela como la causa de todas las desgracias que ahogan a los personajes de la cinta. El joven director sabe transmitir el ambiente de los interiores de invierno en la ciudad andaluza y, sobre todo, los quiebros y requiebros de los corazones de sus protagonistas a medida que la historia avanza.

Me quedo con un personaje para el recuerdo, esa madre gastada y fiel en la que me ha parecido entrever a millones de madres, mujeres anónimas que vivieron y viven sobre la piel de este país. Para ellas sólo cuenta la felicidad de los suyos, el que la hija desgraciada descubra el placer de cenar una tortilla, el que el médico que atiende a su ignominioso marido desenvuelva el paquete que contiene la puntilla para su bebé recién nacido, el que el vecino de gran corazón se coma unas papas calientes...

"Solas" me ha emocionado hasta las lágrimas en más de una ocasión, y me ha dejado en la cabeza muchos asuntos sobre los que meditar. Agradezco a Zambrano que emprendiera su primer proyecto, a pesar de no haber contado en el reparto con los bardenes, las abriles, los jorgesanzs, los imanoles y las verdús de turno. Le agradezco haber entregado los papeles de su historia a actores creíbles, maravillosos.
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