7 nov 2003

Mi madre colocaba, después de leerlo, el ejemplar de TELVA sobre la mesa del salón. Entonces comenzaba la pugna entre los cinco hermanos, ya que todos queríamos la revista al mismo tiempo. Las páginas de moda merecían nuestra atención para contemplar las bonitas piernas de nuestras modelos preferidas y la calidad de unas fotografías a la altura de la prensa internacional especializada. Pero lo que de verdad nos cautivaban eran las secciones fijas, las novedades de libros, discos, películas de cine y obras de teatro, las entrevistas con la miscelánea del momento y aquellos reportajes que nos permitían viajar por todo el mundo sin movernos del sillón.

TELVA era algo más que un mero pasatiempo. Recuerdo que no había cumplido diez años y ya me estremecía una entrevista con Teresa Urquijo, que había retardado el tratamiento contra el cáncer que agostaría su sonrisa para que el último de sus numerosos hijos viera la luz del sol. Y es que TELVA, a lo largo de estos sus primeros cuarenta años, ha sido una publicación destinada a la mujer inteligente, capaz de disfrutar con las sugerencias de la moda, la cosmética, la decoración del hogar y la cocina, como con una entrevista de calado con Teresa de Calcuta, con la exposición del pensamiento clave de las mujeres que influyen en la Universidad o con las directrices que ofrece una psicóloga para salvar un matrimonio en crisis.Cada uno de los numerosísimos lectores de TELVA podría narrar su experiencia: cómo y cuándo conoció la revista, qué le sedujo para suscribirse o acudir puntual a la cita con el quiosco, qué magia le invita a repasar sus páginas una y otra vez para después -¡qué bien lo ha contado Olaizola en alguno de sus artículos!- prestarla a todo aquel que puede aprovecharse de su contenido. Desde 1996, cuando recibí la osada propuesta de convertirme en columnista invitado de TELVA, he tenido ocasión de conocer de viva voz o a través de las cartas de mis lectoras, las confesiones de quienes sienten TELVA como algo propio: Una trabajadora humilde de un barrio de Barcelona, me aseguraba que su bolsillo nunca estará a la altura de las grandes firmas que imprimen calidad a estas páginas, mas goza sintiéndose destinataria de semejante información. Una joven enferma, me confiaba que TELVA le ha regalado numerosas claves para ser feliz, al igual que aquel matrimonio preocupado por la educación de sus hijos, que subrayaba los reportajes dedicados a los problemas de la adolescencia.

Yo no sé si los fundadores de TELVA, capitaneados por la intrépida Covadonga O'Shea, imaginaron que alcanzarían el cuarenta aniversario como líderes de la prensa femenina. Es de suponer que los retos de aquel entonces eran tan grandes, y los medios tan limitados, que les bastaba soñar con sacar el siguiente número. Sonrío al imaginarme la satisfacción que les produce saber que tres generaciones de lectores son fieles a un estilo que enarbola la elegancia, el buen gusto, como norma de conducta. Elegancia no sólo en el vestir, sino en el obrar. Muchas veces me digo, al cruzarme por la calle con alguna mujer que prende su ejemplar de TELVA bajo el brazo: “seguro que con esta persona puede mantenerse una conversación interesante.” Y sé que no me equivoco.

Detrás de cada número de TELVA hay un equipo de mujeres de altísima competencia, capitaneadas por una directora exigente, que sabe lo que quiere. Pese a los cuarenta años, la redacción de TELVA rezuma una juventud que se deja ver en los contenidos y en la forma, pues no podemos dejar de reconocer la maquetación cosmopolita que hace estas páginas tan atractivas a los ojos de una chica de quince años como a los de una mujer de ochenta y cinco. Con la licencia de sus lectoras, quisiera, dentro de otros cuarenta años, brindar de nuevo por la larga vida de esta publicación en la que me han permitido crecer como escritor. ¡Felicidades, TELVA!
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