1 oct 2004

Sé que no es lo común, pero prefiero el verano a la cercanía de la nochevieja para sacar propósitos. Con mentalidad escolar, siento que el curso comienza en septiembre y no en enero, que no es más que la continuidad de lo que dejamos pendiente antes de comernos el pavo. Además, sólo las largas vacaciones consiguen romper la cadena de la rutina y es al final de agosto cuando respiro profundo, con la intención de planificar mis retos personales y profesionales. El descanso me ha ayudado a airear la cabeza, a escapar del ritmo inhumano con el que a veces tengo que hacer las cosas. He relativizado las preocupaciones y la cercanía del mar me hace comprender que no hay nada que no llegue a solucionarse.

Este verano nos ha traído, además, una hija preciosa. Ahora que somos cinco, los niños se ponen en primer lugar a la hora de hacer y deshacer la lista de buenas intenciones. A veces, mi mujer y yo nos preguntamos qué queremos para ellos. Ya hemos elegido un colegio de nuestra confianza, en el que les enseñarán a ser hombres y mujeres de bien desde la exigencia y la responsabilidad, términos que, lamentablemente, han desaparecido del ideario educativo que recogen las leyes. Pero las horas de colegio no bastan, y el mayor demanda algunas atenciones extraordinarias. Como muchos otros padres, le buscamos alternativas con las que se forme y relacione con otros niños, se divierta y practique deporte. Ahora es el segundo quien no desea quedarse a la zaga, y nos planteamos si ha llegado el momento de enseñarle a nadar.Que si fútbol, balet, inglés, golf, piscina, kárate, piano, caballo, ajedrez, informática, tenis... Algunos progenitores no se bajan del coche en todo el invierno, trae a un niño y lleva a otro, fiebre peligrosa salvo que nos detengamos, aunque sólo sea un minuto, a pensar la razón de tanto desvelo. Algunos argumentan que lo hacen para que el niño siga el compás de sus compañeros de clase, víctimas también de ese celo protector con el que los padres parecen querer empezar a escribir el currículo de su descendencia desde la edad de los pañales. Otros buscan una alternativa a la televisión deformadora, monstruo que copa la atención de nuestros hogares, e incluso hay quien no tiene más remedio que inscribir a los niños en toda suerte de disciplinas dadas las inhumanas exigencias de tiempo que caracteriza a muchos trabajos.

Recién casados, cuando esperábamos a Santiago, un matrimonio avezado en educación nos invitó a cenar. Son padres, nada menos, de nueve criaturas. El se dedica al arte. Ella también. Es decir, los números rojos son ensalada habitual de su mesa. Recuerdo la casa, pequeña pero digna, con cada rincón bien aprovechado. En una habitación dormían los chicos, en dos literas que llegaban al techo. En otra las niñas, en otras tantas camas dobles. Mientras picábamos algo, nuestro anfitrión quiso saber qué deseábamos para nuestro hijo, pronto a nacer. Hice un esfuerzo por componer una respuesta original, digna de un escritor de novela. Dudé si sugerir que en su día encontrara una buena mujer o que la lucha que pusiera en su vocación profesional le llevara al triunfo. Aquel hombre dejó escapar volutas de humo por la boca, nos miró paciente y dijo, mientras jugueteaba con su pipa, <<yo, para cada uno de los míos, sólo he deseado una cosa: que sean felices. Unos me han salido más estudiosos que otros, pero en todos creo haber logrado mi propósito.>>

Me pregunto, en las últimas tardes del verano, cuando el sol cae como un globo deshinchado en el horizonte, salpicándolo todo del color del vino, si al planificar nuestros sueños para el curso que empieza deberíamos empeñarnos en la felicidad de los nuestros como principal y única meta. En el caso de los hijos, me doy cuenta de que no necesitan tanto ir de acá para allá, sino que les alentemos en sus decisiones y les dejemos errar al tiempo que les prestamos nuestra mano experimentada para sacarles del pozo. Y tiempo, mucho tiempo, que es nuestra mejor herencia, para escucharles y formarles sin que apenas se den cuenta. El tenis, el balet y hasta los ponys enanos no son más que un accesorio prescindible de su felicidad.
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