15 dic 2006

La redacción de ALBA roza en ocasiones el nido del cuco, y eso que los redactores que se detienen por estos pagos tienen claro lo que buscan sus investigaciones, sus trabajos de sol a sol detrás de una noticia, sus jugosas exclusivas con las que alegran la fiel espera de nuestros lectores. Pero hay un elemento que desequilibra incluso las oficinas de ALBA: el tono de los teléfonos móviles. Uno de los redactores ha conseguido la risa de un garrulo (me pregunto qué excusa pondrá en sus entrevistas con los príncipes de la Iglesia cuando el celular se le ponga a gritar); otra prefiere el soniquete de Darth Vader, el malo de la Guerra de las Galaxias; los hay mas humildes, que se conforman con los pitidos en serie de las distintas compañías de móviles y hasta quienes ponen ritmos bacaladeros a sus terminales.

Pero esta anécdota sobre la versatilidad del ruido que proporcionan los móviles sería algo jocoso si los dichosos sonidos y vibraciones se reservaran a nuestros lugares de trabajo, a nuestros hogares y los rincones de ocio que frecuentamos. La buena educación, por desgracia, no se contempla en el uso de este magnífico invento.Se ha convertido en norma habitual que el más chocante de los politonos desgarre el silencio de una biblioteca, la seriedad de una clase universitaria, la tensión de una operación quirúrgica y hasta la sacralidad de la misa. No han sido una ni dos, sino numerosas las ocasiones en las que un feligrés ha roto la concentración del celebrante y la piedad de los asistentes con la cantilena de su móvil. Pueden darle al botón rojo, pero contestan con total soltura, como si estuviesen en la playa, obviando que se encuentran en lugar santo. El aggiornamento litúrgico no contaba con Movistar.
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