20 ene 2007

Poner motes es un arte que se domina con acierto en algunos rincones de nuestra geografía. Hay barriadas y pueblos en los que pocos conservan su nombre de pila, hasta tal punto que en las esquelas y partes de defunción se hace obligado el uso del mote junto a los datos del finado, porque si no nadie sabría por quién doblan las campanas.

Jaime Campmany, fundador y director de Época durante muchos años, tenía el don de endilgar motes que definían de una sola vez al personaje en cuestión. Entre la baraja de los sobrenombres con los que inmortalizó a muchos de los actores de este vodevil que se juega en España, destaca con letras de oro el que le colgó a María Antonia Iglesias, que manejó -durante los años del peor felipismo- los informativos de la televisión estatal. Campmany la bautizó como “la albondiguilla”, que si bien por el recurso al diminutivo podría sonar cariñoso, encierra mala idea y cachondeo, porque la Iglesias es mujer pequeña, redonda y compacta. En efecto, parece amasada con ajo y perejil por las amorosas manos del Hacedor.La albondiguilla defiende al presidente Zapatero y, por ende, al PSOE. Y para su defensa, cada vez que le prestan un micrófono de radio o una cámara de televisión, utiliza la fuerza dialéctica con la que convirtió al Ente en uno de los lugares más opacos de nuestra democracia. Parece mentira que en un cuerpo así de menudo quepa tanta vehemencia. Da la sensación de que, en vez de haber sido cocinada a fuego lento en una deliciosa salsa española, a María Antonia la hayan sazonado con chile y tabasco. Si en una tertulia alguien osa llevarle la contraria, enrojece de ira y comienza a soltar venablos por su boquita pequeña. Es la reina del ring, del pin-pan-pun, del “y tú más”. Todavía no ha educado su afán totalitario de control, su impulso a que el pueblo reciba la papilla bien pasada, y se empeña en defender el estadismo de Zapatero, la profundidad del discurso político de Pepiño Blanco, el acierto de los últimos años de negociación con ETA. Si alguien le advierte de que se equivoca, se enfurece y hace uso de su condición sacrosanta de progre. Pregunto: ¿alguien es capaz de imaginársela corriendo delante de los grises?
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