29 jun 2007

En buena parte de Occidente vivimos de las rentas sin merecimiento alguno. La mayoría hemos nacido y crecido en un ambiente de paz, algo impensable en la Europa del pasado, en la que no hubo generación sin sus correspondientes guerras. La historia del Siglo XX es la de una trapisonda sangrienta tras otra en los más variados escenarios. Lo refleja muy bien “Tiempos modernos”, la gran obra del historiador Paul Johnson que Homo Legens ha sacado a la calle en su sello de ensayo. Sobrecoge el devenir de la humanidad entera a causa de los caprichos de iluminados racionalistas que hicieron de la pasada centuria un torrente ininterrumpido de dolor y muerte. Han sido muchos los argumentos con los que la Historia ha justificado el advenimiento de tantos fantoches que convirtieron sus países en laboratorios de experimentación para las más variadas filigranas de convivencia, cuando no intentaron la anexión de otros estados con los que configurar un imperio de terror. Aspiraban a un mundo distinto al que aplicar resortes novedosos, con la única coincidencia de que todos ellos olvidaron al individuo en mor de un hipotético beneficio general al que llamaron nación. Como si de un calco se tratara, unos y otros, de izquierdas y derechas, fascistas y comunistas, comenzaron por justificar el asesinato de dos o tres disidentes para terminar como carniceros de grupos completos de población.
 Y antes, mucho antes, sus ideólogos redactaron panegíricos en los que mostraban la Arcadia de un mundo en el que el hombre era el único centro de la civilización, ayuna por completo de Dios. Los muertos por la acción directa del Estado o por las consecuencias indirectas de sus políticas se contaron por millones: hambre, cárcel, gulag, solución final... Es curioso que Jhonson comience su extenso estudio sobre el devenir del último siglo con el empeño de los intelectuales de la época por encumbrar el relativismo, teoría que permitió limpiezas étnicas e ideológicas.

El siglo que acaba de empezar, nuestro Siglo XXI, es el del posibilismo, el imperio de la Ley civil convertida en una nueva Toráh que justifica al mismo tiempo lo objetivamente necesario para la convivencia pacífica de los hombres como la práctica monstruosa de las más variadas perversiones. De alguna manera, el posibilismo es hijo de ese relativismo que produjo tantas injusticias.
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