18 oct 2007

Recuerdo “Juncal” como un hito entre las series de televisión. Jaime de Armiñán escribió un guión magnífico –con sus tópicos, pero bien llevados- e hizo del viejo Paco Rabal un torero fracasado y golferas, así como del Brujo el monstruo teatral que hoy recorre los escenarios. Hasta entonces las producciones taurinas no habían superado la más rancia España cañí, con Currito de la Cruz pelando la pava a través de los ventanales enrejados de un cortijo o con Palomo Linares y El Cordobés con la voz doblada por los galanes de entonces. Pero vino Armiñán a poner las cosas en su sitio, y en su serial tuvo el coraje de hacer bien las cosas, tomo nota, y de dotar de credibilidad a ese mundo tan nuestro y a la vez tan desconocido: el de las plazas y las dehesas, el de la gloria de una puerta grande y el de la muerte con olor a cloroformo.Ahora que hay más medios técnicos y más dinero, la Primera se ha rascado los bolsillos con un panfleto carísimo e infumable que se titula “Herederos” y que lidera otra gran actriz, Concha Velasco. La trama, en teoría, también gira en torno al planeta de los toros, aunque de lo dicho haya poco, más bien nada. Ni la dehesa es creíble ni el trasunto de la familia Ordóñez en la piel de los Orozco, con tata y todo, despierta una mínima verosimilitud. El cortijo es un pastiche decorado por un enemigo que ha visto demasiados capítulos de “Dallas” y el lenguaje que utilizan ganaderos, matadores y novilleros no es taurino, como sí que lo era el de Juncal, donde la solera del habla era una delicia para quienes apreciamos el casticismo taurino. Por si fuera poco, al viejo Juncal le iban los pellizcos y los piropos, e incluso las aventuras con ese tipo de insensatas que creen que un matador de toros, aunque viejo, es algo más que un héroe. Pero en la serie de la Velasco todo es un magreo sin gracia, ahora contigo, ahora conmigo, con tal de estirar el chicle del éxito hasta que la audiencia diga basta.
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