Patricia la caníbal

El doctor Hannibal Lecter hace tiempo que saltó de mi pantalla plana y se pasea como Pedro por su casa por los salones y dormitorios de media España. Una pena que se haya dejado en el salto ese refinamiento para hacer el mal que le daba cierto encanto. Es más, si le miro no adivino en sus facciones el físico de sir Anthony Hopkins -esa mirada cínica y calculadora que también se perdió en su fatal y terrible brinco a la realidad- sino el de una tal Patricia que ameniza las tardes desde un ring televisivo en el que nos ofrece el bestiario completo de este comienzo de milenio: desde el sexagenario que se viste de drag queen después de acostar a sus nietecitos para menear el bolso bajo las farolas del parque del Oeste a la mujer que tiene el dudoso record de haber abortado un hijo sí un hijo no, como si jugara a comerse las fichas de un ajedrez. Pero Hannibal el caníbal no se ha transmutado en el travestido ni en la criminal, sino en la propia Patricia. Puede que la presentadora del estercolero, el productor de su diario, el director del mismo…, se cenen las vísceras de sus invitados después de un calentón en el microondas. ¡Qué menos! Su impudicia, la falta total de escrúpulos a la hora de emborronar el litio de mi televisor con la derrota del alma de los hombres es comparable al afán de Lecter para buscar sangre, esa carne humeante que arrancaba cruda, a bocados, tal cual, como una bestia.No sé si a Patricia le pesa en la conciencia la muerte a cuchilladas de una inmigrante rusa. Al caníbal, desde luego, no. En sus películas hacía excepciones con policías a los que decidía poner en jaque. ¿A quién ponen a prueba Patricia y compañía? A todos los que se agolpan en la sala de espera del minuto de gloria que ofrece la televisión. No se los comerán antes de que vomiten sus pecados en público. Después, sí, comenzará la bacanal. Y las piezas trinchadas serán, con toda seguridad, hombres y mujeres débiles, los mismos que Lecter almorzaba con delectación.