1 mar 2008

Felicito a Javier Bardem de todo corazón. Se ha ganado el Óscar a pulso, porque es un buen actor y porque ha logrado llegar a Hollywood en el momento preciso. Así que me sumo a su gloria, que es la de toda España, y muerdo con él la estatuilla en gesto ambicioso porque le quedan muchas películas en las que seguir decantando su enorme capacidad interpretativa, por más que la mayor parte de su filmografía no me guste, por más que el papel al que juega su madre (y él también, aunque un poquito menos desde que conoció las arenas blancas de los mares del Sur) me guste todavía menos, por más que el comunismo que caracteriza su apellido familiar me resulte más un desdoro que una nobleza de la estirpe cinematográfica, a pesar de la bandera roja con la que enfundaran el ataúd de su tío.

Y es que el comunismo hizo mucho daño. ¡Muchísimo! Sus falsas utopías engatusaron la buena fe de millones de personas que vivían en condiciones indignas. Y allí comenzó la masacre dirigida por magnicidas insaciables, los mismos que dicen continuar la revolución en Cuba a pesar del dolor del pueblo, de los problemas de próstata de Raúl, de los dólares que se guarda en la faltriquera y de la dentadura postiza. Por cierto, que fue en esa Cuba aplastada por en embargo norteamericano en donde el galardonado Bardem dijo sus últimas tonterías políticas.El comunismo de Javier Bardem suena a capricho, a humorada, a extravagancia de nuevo rico. Y como el comunismo no conoce de intimidad –lo suyo es la mirilla y la delación- comenzó su carrera fílmica en manos de directores que tampoco respetan la intimidad y la gozan despelotando a sus actores cuando en Bardem, sin ir más lejos, lo importante está dentro, en su ductilidad para meterse en la piel de un parado de larga duración, de un poeta preso, de un tretraplégico empeñado en suicidarse, de un asesino sin entrañas como el de la peli de los Coen. Bardem posee un rostro cautivador para la cámara, repleto de ángulos agudos como el de su frente o el de sus párpados caídos y le sienta bien la alfombra roja, mucho mejor que la pegatina o la pancarta. Sobre todo ahora que le llueven las ofertas y no necesita –felicidades nene- subvenciones para trabajar.

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