4 abr 2008

Federico debería presentarse al próximo congreso del PP. A juzgar por sus monólogos mañaneros, guarda las claves para que el partido de la derecha se haga con el poder de una vez por todas. Claves que, por supuesto, don Mariano no termina de ver. Pero ahí está el turolense dispuesto a decirle por dónde le aprieta el zapato (a don Mariano, claro), para advertirle de los riesgos de abandonar a Zaplana a cambio de una mujer con tan poco recorrido como esa jovencita con nombre de princesa destronada. La verdad es que cuando Federico habla, tiemblan los cimientos del PP, cuyos votantes adjudican a Losantos buena parte de los últimos cuatro años de oposición pero no la derrota del 9-M. La gaviota había perdido la dirección de las corrientes marítimas después de los bombazos de Atocha y tuvo que venir Federico a imprimirle el rumbo... hacia el banquillo granate.

Muchos aseguran que Federico cansa, que sus diatribas aceleran el pulso antes de haber digerido el café, que después de la tertulia no nos deja fuelle para enfrentarnos a la nadería del ordenador, del jefe, del riesgo del despido. Pero él sigue con su audiencia, fijo en el ministro Bermejo y en Rubalcaba, fijo en Gabilondo aunque Iñaki ya no esté en la competencia de la SER. Ni siquiera la boda de los Príncipes de Asturias, que obligó a los dos presentadores a presenciar la ceremonia en el mismo banco de la catedral, obró el milagro.Pero a mí me divierte Federico, me hace reír con sus impulsivas sacudidas radiofónicas, con la ristra de motes que casi todos reconocemos –la dinastía de los Tigrekhan, el Dioni de la Pampa o aquel guiño con el que señala la hora junto a la coletilla de que “y los Albertos continúan sin ingresar en prisión”-, con ese Grupo Risa que relaja los nervios de Génova y Ferraz después de la sucesión de derechazos a la mandíbula y al hígado que sólo Federico es capaz de soltar desde el micrófono.

Pero no veo a Federico en los carteles electorales. No le veo lanzando claveles ni soltando besos por los mercados. Aunque siga pareciendo que es el único que conoce la fórmula mágica para sentar a don Mariano en La Moncloa.

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