4 abr 2008

Anunciábamos en esta misma pantalla plana que la nueva legislatura se presenta como un auténtico “Chiki-chiki”. Ahora afirmo que ya tenemos al Chiquilicuatre sentado en el sillón que preside la Cámara baja. Es más, su modo al hablar es tan reconocible como la guitarrita del representante de España en el festival de Eurovisión y sus exageraciones de todo tipo –desde los arranques patrióticos a sus soflamas de cristiano progre de los setenta,- nada tienen que envidiar al tupé de nailon del personaje de Buenafuente. Es Bono, sí, no el cantante que lidera la banda irlandesa U2 sino el caballerete de La Mancha, el hidalgo que se crece como un gigante y se lleva la mano al pecho ante los sones de la marcha nacional al tiempo que retira la tradición española de algunos cuarteles sitos en tierras de butifarra y calçot.

Son muchos a lo que Bono les pone. Esa forma de arrastrar jotas como de feriante de muñeca chochona y jamón, despierta pasiones. Además, en breve le veremos emparentar con la aristocracia rancia a la que en sus años mozos soñó con expropiar sus fincas y con ese cantante que es un trasunto entre alguien que recibe un calambrazo al colocar una bombilla y el hijo pródigo del franquismo. Porque en histrionismos Raphael no se encuentra tan lejos de Bono ni don José tan lejos del niño sesentón de Linares.La legistadura que Bono se dispone arbitrar desde la tribuna promete diversión a raudales porque no se conformará con un discreto segundo papel de administrador de tiempos. Querrá –lo desea ya- ocupar columnas de opinión y portadas de periódico con sus genialidades verborreicas. Simpaticón y teñido, es amigo de los desheredados al tiempo que se echa un trotecillo alegre por su Longchamp particular de la Mancha en el que su mujer luce pamela y alguno de sus vástagos hace caja. La democracia ha dado un giro de tuerca. La seriedad del parlamento se transforma en un divertidísimo plató para el rey de la escena. ¡Pasen y vean!

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