18 abr 2008

Madrid está entrelazada por infinitas corrientes marinas: las de los paseantes que vienen y van; las de los oficinistas que cada mañana atascan las arterias de entrada de ese gran corazón de rascacielos y trazados galdosianos en los que ahora sientan sus reales las firmas comerciales del mundo entero; las de los oficinistas que vuelven cada anochecer hacia los barrios periféricos, pulmones de la capital, en los que sestean los niños que ya han cenado su ración de deberes y sus tres horas y media reglamentarias de televisión. Los autobuses de la EMT –cuando no están en huelga- son bancos de arenques arremolinados sobre sí mismos en cada intercambiador, lanzando destellos de plata roja, y los trenes de cercanías barracudas que asoman la cabeza de sus locomotoras bajo los tejadillos de Atocha y Chamartín.Es Madrid un océano de existencias que nunca se cruzan o que se cruzan a diario sin que sus interesados echen cuenta de ello. Madrid tiene un cementerio marino en el que navegan mucho más que un millón de cadáveres, que eso sería en tiempos de Dámaso Alonso. Basta echar un vistazo al cementerio de la Almudena desde la carretera de Valencia para imaginarse los festivales de las almas purgantes sobre la sequedad de los nichos, aunque Madrid se destaca, sobre todo, por la superficie azul y bravía de sus santos, que son muchos, muchísimos. Tal vez no exista otra ciudad en el mundo que pueda presumir de tantos hijos elevados a los altares: la madre Maravillas, San Isidro y su esposa María de la Cabeza, el padre Poveda y ese otro padre Rubio que se bilocaba para confesar a más almas, José María Escrivá (que desgastó las suelas de sus zapatos para atender enfermos) y Soledad Torres Acosta, fundadora también. Algunos de ellos nacieron en la capital del mar y otros llegaron para dejar en las entrañas de esta ballena lo mejor de su juventud, o se entregaron en la hora definitiva cuando Madrid se convirtió en un cruce de corrientes turbulentas que ensangrentaron las aguas hasta doblar la densidad de la sal.

En Madrid me muevo. En Madrid te mueves. Es un Madrid de sirenas, de prisas, de idas y vueltas, de borrachos y mendigos, de vendedores de estampitas y buzoneros de publicidad. De villanías y grandezas. Es el mar de todos los mares.



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