24 abr 2008

De Lola Flores dijeron que no sabía cantar ni bailar, casi na’ para quien había sido entronada como “faraona”, suerte de aristocracia que parecía trasvasar la sangre azul de los egipcios momificados con aquella muchacha mezcla paya y gitana, parida en el barrio jerezano de San Miguel. No sabía cantar ni bailar, cierto, pero era capaz de acabar con todo el pescado a base de taconazos y quiebros de muñeca. Eran otros tiempos, en los que el talento no tenía que ver con la mendicidad de la televisión y sí con la gracia de vencer el hambre poniéndose los teatros por peineta.

Isabella Castillo tiene la misma edad con la que el torbellino de colores subió a un escenario para conquistar la piel de toro y, aunque no tiene nada de flamenca, su sangre también es un prodigio de mezclas, una alquimia que le ha regalado una voz firme como el nácar en el que enraíza su Cuba natal, esa cárcel flotante de la que huyó junto a su familia para instalarse en Belice y burlar allí la persecución de la policía de embajada dirigida por los Castro, que sólo permiten cantar a los trovadores que calientan butaca en la Asamblea Nacional y después trinan acerca de los bellos amaneceres en el último paraíso comunista.Oscar Gómez y Rafael Alvero la han traído de Miami para que ponga vida y voz a Ana Frank en un musical que ha renovado un género almibarado. Con sus trece años logra, representación tras representación, sacudir de emoción al público que se sienta en el teatro dispuesto a viajar al infierno del holocausto. La prodigiosa garganta de Isabella consigue que la sintamos perseguida por su condición judía y que, al tiempo, nos enternezca la inocencia de aquella Ana que suspiraba por llegar a ser escritora. Canción tras canción, el musical nos hace preguntamos por la verdadera naturaleza del ser humano: ¿es la de un régimen enloquecido por la pureza de la sangre, por la pureza de la nación? ¿es la del miedo de una familia que ha encontrado refugio en un escondrijo de Ámsterdam? ¿es la de la muchacha que cree en el amor a pesar de las dentelladas de los lobos? Isabella me somete a un examen de conciencia durante la representación y, aún después, al tararear por las calles “Si Dios me da la vida”, el tema con el que Ana Frank/Isabella Castillo proclama que, pese a todo, merece la pena este milagro que verificamos cada segundo.
Categories:

0 comentarios:

Publicar un comentario

Subscribe to RSS Feed