2 may 2008

Ardía Kuwait después de una lluvia de fuego verde. Aquellos golpes de luz que surcaban mi pantalla convexa (por aquel entonces los televisores aún no eran de litio) anunciaban un nuevo espectáculo en directo: la guerra. El enviado especial de la CNN, Peter Arnet, convirtió sus crónicas en una suerte de telenovela apocalíptica que los niños occidentales confundían con una noche de artificios: castillos de luces, cascadas estrelladas, petardazos que les hacían revivir esas madrugadas de verano en las que las pupilas infantiles titilan en mil colores antes de que arranque la charanga con el “Porompompero”. En occidente nos sentábamos frente a la tele con una bolsa de pipas (no se estilaba la palomita de microondas) para contemplar las piras de petróleo, el desembarco de los marines, el océano negro y aceitoso de los albatros..., con la seguridad de atender un partido ganado de antemano.

Aquella suerte de directos nos ha empujado a distintas emociones televisivas, hasta desembocar en el relaty-show, que es la sobreadicción a la rutina encarcelada en 365 líneas o en el fluido del litio, el voyerismo de mando a distancia. Un asquete, vamos.También hay directos radiofónicos, que tienen más mérito porque en ellos participa la imaginación del que escucha. El ingenio recrea algunas apuestas que nos traen las ondas, como el embarazo que Carlos Herrera –ese mago del micrófono- radia todas las mañanas. Vale que Herrera fuera médico antes que líder de audiencias, vale que conozca los entresijos de la concepción y el crecimiento fetal, vale que sepa al dedillo los cambios hormonales y físicos de las futuras madres. Y vale, incluso, que de su sabiduría galena fabrique un directo para algunos tan apasionante como una guerra. Beatriz Ramos Puente, de los Ramos Puente de toda la vida, se lo ha puesto en bandeja. Es la defensora del oyente, el hilo directo con la calle, con todos aquellos “fósforos” que componen la legión de Herrera y compañía. Y está embarazada. ¡Albricias! Don Carlos, dueño de una sorna muy divertida, ha convertido la buena nueva en uno de los momentos estelares de su programa. Hacia las nueve y media saluda a la tal Beatriz y comienza un interrogatorio ginecológico que, la mayoría de las veces, supera la frontera del buen gusto. Aunque la Ramos Puente muestre manga ancha y una amplia muleta para driblar las embestidas del locutor, en ocasiones deja la sensación de que sufre una suerte de bulling público, una lluvia de fuego verde sobre picor vaginal y otra suerte de interioridades que pasan del castaño oscuro. La Ramos Puente, Beatriz, no se merece semejante burla. Ninguna futura madre, vamos.
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