29 may 2008

Vivo en una casa que tiene un diminuto jardín que es como una muestra del Edén al juzgar por la vida que se agazapa debajo de cada brizna de hierba. Ahora que ha explosionado la primavera con las lluvias de mayo, asoman las largas y brillantes lombrices, el tren de las afanosas hormigas, el zumbido de un abejorro azabache, la insistencia pesada de las moscas, el trompeteo de los mosquitos y el caminar de ventosa con el que las salamanquesas escalan los ladrillos. Así contado, mi casa parece un pequeño vergel y así lo creen mis hijos, que salen al jardín con ínfulas de cazadores de película de Tarzán porque no terminan de sorprenderse ante el milagro de la vida y buscan tijeretas dentro de las rosas o se divierten con los escondrijos que se fabrica nuestro gato azul entre las varas de las hortensias. Es el microcosmos de su infancia, en el que cabe todo un arca de Noé.

Mi mujer y yo hemos escogido el bullir y rebullir de la vida como modelo de educación. Por eso compartimos nuestro territorio con tantos animales que no solo nos hacen compañía sino que devuelven a la vida cierto sentido sagrado, el de la sorpresa de un pequeño corazón palpitante como el de los cachorros que acaba de parir nuestra fiel Pipa, una perra con el valor de un jabato que despertó el día de San Isidro con el alumbramiento de tres crías a las que tuvimos que asistir en la toma de su primer buchito de aire.Mi hija de tres años contempló sobre mis piernas la fuerza del nuevo pálpito, el buceo de unas patitas dentro de la bolsa amniótica y los lametones con los que la perra despertaba los pulmones fatigados de las crías. Tengo que reconocer que Juan, el segundo, vomitó cuando Pipa expulsó el segundo cachorro, pero también que de la misma se hincó de rodillas para acariciar con un dedo la cabecita húmeda por la que asomaba una lengua rosada que pedía mamar. Y Santiago, que prefería conocer el milagro del alumbramiento a través de nuestras voces de alborozo, les entregó los nombres con los que ahora conocemos a Norte, Sur y Fly, acurrucaditos al abrigo de la perra.

Conmueve la solicitud con la que la pequeña Pipa cuida de esas tres pequeñas vidas. No se separa de sus crías, las acicala a todo momento, las junta para que duerman al calor de sus barriguitas repletas de leche y las defiende ante la visita curiosa del gato azul. Sólo son animales, lo sé, pero encierran lecciones que algunos hombres han olvidado.
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