13 jun 2008

He tomado prestado el título de un joven catalán que acaba de ser ordenado sacerdote en Roma. Antes ejerció como periodista en Barcelona, por lo que es fácil apreciar de dónde le viene esa facilidad para las frases redondas. La sentencia –“sonríe, Dios te está filmando”- es divertida y a la vez profunda, porque nos invita a imaginar a Dios cámara en mano frente a cada uno de nosotros. Yo no sé si Dios será aficionado al séptimo arte (supongo que, como creador, le gustará el buen cine). Lo que sí sé es que su omnipresencia le permite acompañarnos las veinticuatro horas del día, algo que en vez de empujar al agobio debería movernos a la alegría –a la sonrisa que propone el nuevo presbítero- ante la cercanía sin pausas de aquel a quien no podemos ver.En todo caso, de todo este embrollo lo que más curiosidad me despierta son los motivos del joven tribulete para dejar colgado el ordenador y el teletipo a cambio de convertirse en cura de almas. No en vano, estamos en los primeros compases de un nuevo siglo en el que el hombre parece haber superado cualquier dependencia espiritual, en el que la ciencia anuncia avances sorprendentes frente a enfermedades aún oscuras, en el que hemos convertido la vida en una sucesión de sensaciones placenteras (viajes, relaciones más o menos esporádicas, lujos, caprichos…) y nada provoca mayor rechazo que la cercanía al dolor y la muerte que se le supone a un hombre de alzacuello, presto a atender a agonizantes antes del viaje definitivo.

Según Leonardo Agustina –que así se llama en nuevo sacerdote-, el sacramento que le acaba de dejar una huella indeleble en el alma confirma, incluso, su anterior dedicación profesional: a partir de ahora, asegura, trabaja para una “emisora” con más de 2.000 años de historia y que seguirá existiendo hasta el día del Juicio por la tarde cuando, por fin, los periodistas allí reunidos podrán cerrar definitivamente la conexión con un: “es todo”.

Puede resultar cómico, pero en la metáfora del joven don Leonardo se esconde una teología de filigrana, aquella que empuja a algunos jóvenes a renunciar a esa visión utilitarista y hedonista del hombre moderno a cambio del asombro ante los misterios del espíritu, tan real como las manos que ahora teclean mi ordenador.

Hay que estar loco para renunciar a tantas cosas y abotonarse una sotana. Pero no es una locura relacionada con debilidades mentales. ¡Todo lo contrario! Así que sonriamos: Dios nos filma y hay jóvenes dispuestos a interpretar papeles de alto riesgo.
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