24 oct 2008

La adolescencia es una tormenta tropical que inutiliza casi todos los desagües del sentido común. No es fácil ser adolescente, como tampoco es del todo fácil convivir con un adolescente. La adolescencia se vuelve especialmente difícil cuando al estallido interior que todo lo desproporciona, se suma un incidente objetivo y sin visos de solución, como la muerte. Un adolescente que sufre una pérdida definitiva en su entorno familiar y afectivo queda a la deriva, en ocasiones durante años, borracho de porqués sin respuesta. Y por eso me hizo tanto bien conocer la vida de Alexia González-Barros, porque de alguna manera se interpuso al dolor por el fallecimiento de mi padre para darme a conocer la dignidad de los que sufren, que no son sólo aquellos que padecen el fuego abrasador de una enfermedad sino los que después seguimos en el mundo, como la familia González-Barros, como mi propia familia en aquel tiempo que todavía araña mi memoria, dulcificado con la esperanza que Alexia supo darme a través de las páginas de su biografía.Alexia tenía mi edad (un año menos). Pensé muchas veces que con catorce años uno no puede morir. Pienso muchas veces en Alexia y en el bien que su testimonio involuntario causa a lo largo y ancho del planeta. Sin pretenderlo, la familia se vio sorprendida por una fama de santidad -que custodiaban como un precioso legado íntimo- que rompió todas las fronteras. Muchos niños que luchan contra el cáncer se encomiendan a su intercesión para curarse o para vivirlo con el mismo espíritu de paz. Muchas personas que navegamos como alma en pena después de perder a un padre, a un esposo, a un hijo…, descubrimos en aquella chica una razón que ilumina nuestros pesares. La paz de Alexia, su naturalidad, sus ganas de vivir, la belleza de su primera juventud, el trato familiar (especialmente con su madre) nos hace percibir que Alexia es una intercesora para la gente buena, es decir, para los que somos poca cosa, gente de la calle que nos rendimos ante la epopeya de amor que Alexia jugó a través de tantos dolores.

Muchas veces he querido darte un beso, Alexia. Permíteme que te lo lance desde mi pequeño escritorio.
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