20 feb 2009

Rivas Vaciamadrid es coto comunista en una sociedad democrática. Allí gobierna esa coalición de singularidades que se tilda Izquierda Unida. Este barniz rojo parece venir de la noche de los tiempos, cuando este pequeño villorrio de apenas cincuenta habitantes, a la sombra de la capital de España, comenzó a crecer. Primero, colmenas-dormitorio. Más tarde, viviendas unifamiliares. Por las noches, casi medio millón de ciudadanos roncan a pierna suelta bajo la supervisión de un edil al que le encantan las proclamas a favor de los pueblos oprimidos de la tierra, los encuentros laicistas, el carnaval y que Pilar Bardem amadrine anfiteatros. Por ser Rivas Vaciamadrid una singularidad, a mí me encanta incluso con su alcalde, con sus pilares bardemes soltando soflamas y sus manifestaciones a favor de Hamás.Rivas Vaciamadrid se proclamó “la ciudad sin Dios”. La Iglesia sobraba, al menos para quienes administraban los intereses del municipio. Así que aquellas almas que suspiraban por un templo en el que pudieran acudir a misa, entregar sus limosnas, confesar sus pecados…, se tuvieron que contentar durante años con un garaje cedido por un centro comercial. Si a Rivas le hubiese correspondido su ración de curas rojos, otro gallo hubiese cantado a la feligresía, es decir, podría haber disfrutado de un simulacro de iglesia de esas de los setenta, en la que costaba distinguir en dónde estaba el altar porque parecía más una sala de reuniones o el anfiteatro de Pilar Bardem, con cáscaras de pipas y todo.

Pero a Rivas llegaron los sacerdotes que se merece una ciudad sin Dios: párrocos que resistieron el embate del laicismo y hasta consiguieron –con paciencia, buen humor y mucha oración- que los que sueltan la papeleta a mayor gloria de Carlos Marx, comenzaran a visitar aquel garaje que tenía altar y hasta confesonarios. Los Riveños bautizaban a sus hijos, buscaban funerales para sus muertos, confesaban sus pecados y abarrotaban el templo, que acabó por quedarse pequeño.

Y ahora Rivas Vaciamadrid disfruta de una nueva parroquia que es un canto al atrevimiento, una auténtica muestra de fe y libertad creativa. En su diseño vanguardista y la originalidad de sus materiales se respiran los misterios del cristianismo. Una vez más, la Iglesia abre las puertas de la belleza a sus fieles y a quienes aún no lo son. Aquellos viejos comunistas se conmueven entre el juego de luces blancas de la nave mientras elevan la vista hacia santa Mónica, que supo esperar el regreso de su hijo a las dulzuras de la fe.
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