8 may 2009

Me recomendaba un sacerdote, buen amigo, considerar a la Virgen María, a lo largo del mes de mayo, como intercesora ante la crisis. Me animaba a dejar que María actúe de nuevo y resuelva, de alguna manera, este jaleo que hemos organizado por tanta codicia y tan poco control.

Benedicto XVI, en “Jesús de Nazaret”, realiza un interesante análisis de los textos bíblicos, de tal forma que el lector comprende la sutileza de Dios, que se sirvió de aquel tiempo lejano para hacer pedagogía para los restos, para ligar lo viejo con lo nuevo, para que hasta la misma naturaleza mediterránea de aquellos pagos palestinos nos hablasen de nuestra propia salvación.

De esta manera, cada uno de los pasajes del Evangelio ofrece a los cristianos inspiración ilimitada para vivir con esperanza, especialmente en momentos de dificultades como las que vivieron los novios de Caná de Galilea, en cuyos esponsales María se movió con ejemplar soltura. Una lectura reposada nos da a conocer que la Virgen era una mujer de una pieza en tiempos mucho más complejos que este 2009. Ya por entonces, tenía bajo su espalda un sinfín de experiencias desconcertantes, como aquel alumbramiento del hijo de Dios en un miserable establo.María no era una figura de azúcar sino una señora recia que bregó con una viudez pronta después de un fatigoso ir y venir entre peñascales, vegas, lagos y desiertos. Por todo eso, tiene títulos suficientes para convertirse en la mejor intercesora de los parados, de los que sufren el peso de los impagos, de los que no encuentran la oportunidad del primer empleo, de los que se ven con los huesos en casa a los cincuenta, sin una juventud que despierte el interés de los empresarios, de los que no saben de donde sacar los euros con los que pagar la hipoteca, de los que, por si fuera poco, están empeñados en que sus hijos sigan estudiando en un colegio libre, aunque peligre el concierto, de los que sobreviven gracias a las ofertas de las marcas blancas, etc.

El título de intercesora lo demostró con aquellos novios a los que pudo la apariencia. Incapaces de organizar una boda adecuada a sus posibilidades, invitaron a troche y moche. Y, claro, el vino se acabó antes de que hubiesen servido el segundo plato… Al maestresala no le llegaba la camisa al cuello; sopesaba la herida de aquel fracaso que correría, como una burla, de boca en boca. No contaba con la perspicacia de la madre del joven carpintero, que tenía un ojo puesto en la inconsciencia de los novios y el otro en el propio encargado del fasto. El resto ya lo sabemos: en Caná de Galilea no sólo realizó Jesús el primero de sus milagros sino que María adelantó, de alguna manera, su maternidad universal.
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