17 sept 2009

Leer es una afición que reparte muchos beneficios. Uno de ellos es el de vincular un tiempo de especial felicidad a la lectura de una buena novela. Siguiendo el hilo, este verano ha estado condicionado por “En lugar seguro”, obra maestra de la literatura norteamericana de la segunda mitad del siglo XX, que en España sólo se ha atrevido a publicar Libros del Asteroide, una editorial ajena al capricho de las modas que en estos momentos infesta las librerías, grandes superficies y tiendas de todo a cien con el aberrante mundo de Larsson, repleto de asesinos neonazis expertos en violaciones y otras lindezas que el sueco describe con la naturalidad de quien se toma el aperitivo.

Hay algunos pasajes en la obra de Wallance Stegner que resultan que ni pintados para ahondar en lo que separa las tendencias que deciden los mercachifles de la literatura y el auténtico arte literario. “En lugar seguro” narra la amistad entre dos matrimonios cuyos esposos se dedican a la enseñanza universitaria y a escribir, con la diferencia de que los unos tienen mucho dinero y los otros viven con lo puesto, lo que no es un impedimento para que el cariño que los cuatro se profesan se acrisole con todo lo que comparten: libros, conversaciones, viajes, descansos, dificultades, enfermedades…A lo largo de casi cuatrocientas páginas, Stegner hace una semblanza completa de esa amistad que la muerte de una de las esposas está a punto de poner en suspenso. Algunos de los capítulos más sabrosos suceden en Florencia. Larry, el marido narrador, asume que se encuentra en una especie de paraíso del que tiene que aprovechar hasta la última gota. Ante las bellezas arquitectónicas, pictóricas, escultóricas y hasta musicales que encuentra en la capital del Renacimiento, reflexiona sobre la común tendencia que tenemos a menospreciar lo bello y lo bueno, como si sólo el pecado, la fealdad, el horror fuesen dignos de captar la atención de los espectadores. Y es allí donde concluye que los artistas deben ponerse al servicio de lo excelso, para que la humanidad pueda acercarse, a través de sus obras, a la Verdad.

Me gusta la tesis que plantea “En lugar seguro”. Tal vez resulte más fácil y hasta más cómodo recrearse en el lodo de “Los hombres que no amaban a las mujeres”. Sin embargo, al terminar cada uno de los volúmenes de la trilogía de Larsson el corazón rezuma una amargura gris que contrasta la luz que se nos queda después de acabar con las páginas de Stenger.
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