21 may 2010

Acaba de fallecer don Alfonso Cárdenas, sacerdote. Aguardaba desde hace años este momento como el segundo nacimiento que Jesús le explicara en su día a Nicodemo, y por fin le ha llegado la oportunidad de abrazar a San Pedro hasta crujirle las costillas, tal era su costumbre cada vez que conocía a alguien. Era hombre recio, de campo a pesar de su educación refinada y su ascendente aristocrático, capaz de alzar sobre el suelo a un hombre que pesara el doble que él, lo que ya era pesar... Fue don Alfonso hijo póstumo de una mujer delicadísima que le legó una gran fortuna de la que el sacerdote nunca disfrutó. Fue su manera radical de vivir la pobreza: destinar su envidiable patrimonio a mil y una actividades en beneficio de la Iglesia que tanto amaba.

Contaba que su primer destino de sacerdote le llevó a trabar buena amistad con los mineros de Asturias, a quienes predicó sin descanso para que no vieran contradicción entre su duro trabajo bajo la tierra y la misericordia de un Dios hecho hombre que también se gastó las manos en un oficio manual. De aquella gente endurecida por el carbón aprendió mucho, especialmente la delicadeza de alma de algunos de ellos que no dudaban en pedirle confesión, sacramento al que el cura grandullón dedicó, como el santo de Ars que este año sacerdotal conmemoramos, la mayor parte de su tiempo.Don Alfonso hablaba a las bravas, sin pelos en la lengua, y por eso logró una legión de amigos a los que destinaba incluso las horas que no tenía. Por ellos, por ayudarles a ser mejores cristianos y, por ende, mejores esposos, padres y trabajadores, se quitaba horas de sueño mientras engañaba su siempre mendicante estómago con una bolsa de pistachos.

Hace días que anunció la seguridad de que moriría cuando la enfermedad ya no le permitiera seguir recibiendo gente, cuando las fuerzas no le dejaran impartir la absolución. Entonces le besé emocionado esas manos que nunca se cansaron de trazar la cruz del perdón, de abrir las puertas del Cielo. Y sus ojos, que se conmovían de amor ante Jesús sacramentado, por fin pudieron descansar.
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