9 jul 2010


Una de las mayores perversiones del pensamiento oficial consiste en haber logrado que los hombres se feminicen al tiempo que las mujeres adoptan rasgos masculinos. Los chicos de hoy se emocionan con demasiada frecuencia, y aún en años universitarios les da por llorar en público y reivindicar una lluvia de besos y abrazos de sus propios compañeros. Los “reality shows” han sido pródigos en achuchones de todo tipo, no motivados por un erotismo explícito sino por un sentimentalismo copioso que desdibuja la realidad hasta convertirla –desde que sale el sol hasta que se pone la luna- en un tira y afloja de sentires, apetencias y caprichos que convierten la vida en un purgatorio en el que el sujeto siempre se cree poco querido (porque le toquetean poco, supongo).Por eso agradezco la hombría de Vicente del Bosque, por más que a muchos les confunda su hieratismo, esa forma desapasionada de contemplar los partidos de la selección que entrena, la nuestra, en la que él comprende que la apuesta está hecha en cuanto los jugadores saltan a la hierba, que los calentones cuando las cosas van mal (o las efusiones con el masajista del equipo cuando se vuelca el marcador a favor de España) están de más. De su saber estar en el banquillo tenemos mucho que aprender. Del Bosque otorga el protagonismo a los once que sudan la camiseta en el campo y a los doce que calientan motores en el por si acaso, por más que los entrenadores de otros equipos sean dados al aspaviento, al mariposeo, al grito o al insulto.

Comprendo que mandar es una misión harto complicada. Por eso hacen falta tantos líderes con los conceptos bien asentados. Y lo digo por experiencia, pues he sufrido la presión de algunos jefes que llegaron a romper más de un cristal en un ataque de ira o que, por el contrario, se hundían en un misterioso mutismo cuando la cuenta de resultados pintaba en negro. El liderazgo es un arte que debe combinar seguridad y templanza, justicia y audacia, generosidad y exigencia, da igual que se trate de la cúpula de un banco que el trono de un hogar, porque hasta para ser padre uno precisa ciencia infusa (o Gracia de Dios, término mucho más ajustado).

Del Bosque está tocado por esa Gracia, no me cabe la menor duda. Jamás brota de sus labios una palabra de más, un menosprecio, una alabanza exagerada. Sin duda, lo suyo es la pócima del éxito.
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