15 jul 2010

Bésame, tonta, que los aficionados al fútbol hablamos en plural, como si cada uno hubiese defendido la bandera en Sudáfrica, como si hubiésemos contribuido a cada gol, como si nuestras manos hubiesen sostenido esa estatuilla –bastante fea, por cierto- después de haber logrado introducir la pierna a través del televisor para empujar el famoso Jabulani hasta el fondo de la red contraria.

Que me beses, te digo, porque me asombra esta ola de mimetismo en la que, por cualquier esquina, te topas con paisanos disfrazados con la camiseta. Desde el tendero de la frutería, que testa los melones ataviado con el uniforme de Villa, a pesar de que el decoro animaría a que disimulara una tripa que parece un saco de “jabulanis”, hasta el banquero que cambia la corbata por el chándal de los entrenamientos apenas pone el pie en casa. Aquí y allá, hombres, mujeres y niños creemos desfilar por la hierba del estadio de Soweto.Un beso más, que te voy a hablar del ósculo de Casillas a la Carbonero, ¡muac!, remate de esta locura colectiva, happy end, gota que hizo rebosar el vaso hasta emborracharnos. Las mujeres pedían a gritos un yerno como el portero de Móstoles. Los hombres, mejor no mentarlo. Y es que el título del campeonato, como el pico de Casillas y la Carbonero –visto lo visto- nos sugestionan tanto que nos quedamos ciegos ante las podredumbres que achican España, las que provocan esos políticos que se sacan enanos de la manga sin que nadie les hayamos pedido el numerito de magia.

Hablábamos del beso de un tipo barbado y una chica con ojos de tigresa, después de tanto tiempo en el que nuestros besos nacionales se los daba Zerolo (puaj) a un tipo calvo y gordo (doble puaj), o los ofrecía un presentador sarasa de la tele a un pobre hombre al que llamaba “novio” entre una lluvia de confeti (triple puaj). Que se vuelvan a besar Casillas y la Carbonero en representación de todos los hombres y mujeres normales que sostenemos la piel de toro. Ya está bien de cuentos de mermelada revenida, de amores de azúcar amarga, de derechos y deberes impuestos a golpe de Decreto Ley. Ha llegado la democracia del fútbol a un país entregado a la satisfacción de liderar en algo este mundo de locos, en el que el beso entre un hombre y una mujer comenzaba a ser excepcional.
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