8 oct 2010

La imagen más gráfica de esta crisis la viví en un chino, comercio al que entré en busca de unas pegatinas baratas para la colección de mi hija. Allí había una mujer de buen aspecto que necesitaba maquillajes, también baratos, para ella. Sombra de ojos a un euro; colorete a ochenta céntimos; barra de labios a euro y medio… La he imaginado muchas veces, caminando por la calle mientras el aire le arranca aquellas muestras de feminidad incapaces de mantenerse sobre la piel.

Las tiendas de los chinos florecen aquí y allá, en esta España de ZP, dispuestas a vendernos duros a peseta: juguetes fabricados con plásticos tóxicos, flores de tela repujadas con lagrimones de rocío en PVC, ambientadores radiactivos, gatitos dorados que mueven la pata derecha, budas y cristos de resina, coladores defectuosos, medias de nylon prestas a consumirse ante la cercanía de una llama, bolígrafos con la mitad del cargador de tinta, golosinas de caries concentradas, jabones de petróleo, cuadernos con hojas de cloro… Todo lo malo cabe en un chino, todo lo chapucero, todo lo que está presto a romperse, todo lo que mancha, todo lo que contamina, todo lo que aparenta –a primera vista- para después defraudar. Menuda metáfora de estos últimos años…Un conocido, ingeniero en una importante empresa aeronáutica, me contó su propósito de abrir mercado en el gigante asiático. Voló a China y visitó distintas fábricas en las que los empleados viven encadenados a la mesa de trabajo: los niños sueldan sin mascarilla y otros unen piezas con un pegamento de contacto que se lleva de por medio la piel. Enseguida se dio cuenta de que el futuro de la economía mundial no se encuentra en el país del arroz, que sería una locura encargar la construcción de un avión –con sus protocolos de seguridad- allí donde la vida no tiene precio. Y pensé, sin embargo, que el futuro podrá ser chino si seguimos gobernados por estos políticos que hemos acaudillado sobre la Historia de Occidente y que están dispuestos a renegar de todo aquello que nos hizo grandes por, precisamente, elegir el camino más fácil.

España se ha convertido en un bazar de oportunidades cancerígenas: hemos permitido que nos vendan maquillaje de muñecas como productos de alta gama manufacturados en París. Hemos entregado la responsabilidad sobre nuestra vida, sobre nuestra familia, sobre la educación de nuestros hijos, a estos políticos (me da igual el partido que digan representar) que nos ofrecen sus papeletas electorales a cambio de cincuenta céntimos de euro.
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