20 nov 2010

Dios juega a una suerte de teatro con los hombres, poniéndoles ante ciertas oportunidades en la representación de la vida, evitándoles otras al tiempo que les coloca dificultades objetivas para aumentar la tensión en una representación de la que Él es el único espectador.

No tengo empacho al reconocer que publicar mi primera novela a los diecinueve años recién cumplidos fue una de esas oportunidades que Dios me tenía reservadas en el teatrillo de mi existencia. Mi carácter no hubiese aguantado las dificultades con las que suelen encontrarse la mayoría de los “juntaletras” que aspiran a ver su nombre impreso en la portada de los libros que adornan los escaparates, a la sazón: concursos, envío desesperanzado de manuscritos, más concursos, nuevos manuscritos para las editoriales que aún no nos han dicho que no, etc. Y no es que en mi carrera literaria no haya habido lucha –que sigue siendo dura y larga- sino que comencé con el premio gordo de la publicación en una editorial de primera fila, con buenas críticas en los periódicos y con el reconocimiento de un público que todavía me sigue.A Juan Manuel Sainz Peña, con el que comparto año de nacimiento, le ha correspondido un papel bien distinto al mío. Se gana la vida como portero en un teatro municipal de la enjundiosa ciudad de Jerez de la Frontera, pero su pasión, el motivo de su vida es escribir y desde hace años anhela ver sus novelas expuestas en las librerías. Como aún no le ha surgido la oportunidad, hace tiempo que se lanzó a la carretera de los premios literarios. De hecho, le conocí con seudónimo en uno de sus manuscritos cuando fui miembro del jurado del premio Zayas de novela corta. Le leí con pasión y lo elegí, claro, ganador del certamen. La tarde que se entregaron los galardones le puse rostro y le estreché la mano. Me habló de su trabajo como bedel en el teatro, de sus gustos lectores, de su intimidad familiar. Desde entonces, rara es la semana en la que Juan Manuel Sainz Peña no me envía por email algún relato con el que acaba de ser reconocido en un nuevo concurso, porque este autor ha comprendido que la suya es batalla puntillosa, de plaza en plaza, y así va juntando los laureles de casi todos los ayuntamientos de la Península a los que la crisis aún no ha obligado a dar el cachetazo al presupuesto cultural. Un diploma aquí, una bandeja conmemorativa allá, una puñadito de euros acullá…, el escritor jerezano va clavando picas con la satisfacción de ver reconocido el don con el que el Cielo le puso en el teatrillo del mundo.
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