23 ene 2012

Hergé podría habernos
sorprendido con el
enamoramiento de su personaje

Asocio a Tintín con los bocadillos de después del colegio. Porque los niños de antes merendábamos bocatas y un vaso de leche, nada que ver con las delicatessen que ahora degustan nuestros hijos, que a fuerza de sibaritismos van a perder el gozo de darle un mordisco al bocatachorizo, manjar de dioses frente a la pastaflora de las galletitas con formas de “tamagochi”. Los álbumes del reportero del mechón enhiesto iban pasando por mis manos una y otra vez, de lo que dan fe las migas fosilizadas por Sildavia, los manchurrones de fuagrás en la república de Los Dópicos, el aceite de queso en la cubierta del “Sirius” o la huella de chocolate que sombrea al pelma de Serafín Latón.
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