2 ene 2012

Aviso a navegantes: entre 
sonrisa y sonrisa, llegaré a
echar más de una lágrima.



No les miento al reconocer el miedo escénico que me causa la primera de mis colaboraciones para ÉPOCA. No en vano, esta era la cabecera que –allá por mediados de los ochenta– mi padre compraba con el deseo de profundizar sobre los más variopintos asuntos, políticos en su mayoría. Él fue un magnífico padre. Podría haberse decidido por otras revistas del género, pero ya por entonces la competencia lanzaba a los quioscos el anzuelo del bajo vientre para captar lectores. Raro era el número en el que unos y otros no colocaban en sus portadas, como señuelo, asuntos relacionados con la práctica del sexo. Prácticas generalmente estrambóticas, por cierto, que combinaban con los avatares de aquel entonces (la omnipresencia del PSOE de Felipe, la falta de liderazgo en una derecha fragmentada, los primeros escándalos de corrupción…). Por entonces, las mujeres homenajeaban a Mazinger Z con las hombreras y los volantes generosos de sus ropajes. Y se echaban algunos pulsos (unas eran de Raphael y otras defendían con uñas y dientes a Julio Iglesias, que según uno de mis hermanos “es el prototipo de hombre con el que la cincuentona desencantada desea vivir una aventura”).Seguir leyendo en PDF

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